domingo, 11 de abril de 2021

Homenaje a Saramago


       Todavía un momento antes de que sucediera, algo le indicó a la mujer que se dirigía al trabajo que iba a pasar, fue como una sensación detrás de su oreja, que la avisaba de un peligro, y al poco aquella lluvia de copos que parecían nieve pero no lo eran, como de algodón brillante y muy ligero, que se depositaba sobre la calle. Tuvo tiempo a duras penas de refugiarse bajo un voladizo de la fachada de un edificio, y desde allí pudo ver todo, Hagan algo, gritó, aquel hombre se está muriendo, porque lo estaba viendo, al hombre le faltaba aire y no podía respirar, agonizaba en plena calle y nadie decía nada, pero poco a poco iban cayendo los demás, incluso uno que fue a ayudarle, seguramente un médico, al tomarle el pulso, empezó a ahogarse también. Luego se supo que la piel de los que habían sido tocados por los copos transmitía la infección al instante y aquellos que tuvieron el primer impulso humanitario de asistir a los que caían,  protegiéndose de ellos con un abrigo, cayeron también víctimas del mismo mal al poco de entrar en contacto con los caídos. La mujer que se dirigía al trabajo no tenía ninguna otra habilidad especial, pero a veces la habían dicho que tenía presentimientos, como un sexto sentido para las situaciones de peligro. Así que también esto lo había visto venir. Estaba resguardada apenas por el voladizo y, como justo al lado estaba la entrada de una tienda, decidió entrar, eran puertas de cristal automáticas, que se abrieron a su paso; desde allí  pudo ver el caos, hombres y mujeres que, al ser tocados por los copos brillantes empezaban a respirar con dificultad, luego se llevaban la mano al pecho, y caían, Refúgiense, gritó, señalando al cielo, porque alguna vez había leído que los seres humanos solo podemos aguantar dos o tres minutos de media sin respirar, y después morimos en aproximadamente pocos minutos más. Aquella fue la voz de alarma, y hombres y mujeres empezaron a entrar sin orden ni concierto en la tienda donde estaba, al poco la arrastró la multitud que atravesaba las puertas automáticas y ya apenas pudo ver nada más, porque era de poca estatura. 

Todo había pasado en apenas media hora, había caído una tempestad de copos brillantes de nadie sabía dónde y muchas personas habían muerto. Nadie supo reaccionar hasta mucho después del primer impacto, se perdieron horas valiosas, antes de que el Gobierno, a los dos días, decretara mediante estado de alarma  que no se podía salir de los edificios, ni abrir ventanas ni puertas, hasta averiguar en qué consistía la amenaza de los “copos letales”, como se le llamó. Los copos siguieron cayendo durante varios días, y a pesar de que se demostró que solo eran letales por contacto con la piel, tan solo el ejército y los servicios de emergencia sanitaria, con trajes aislantes, se desplazaban por las calles, nadie más tenía los medios para salir sin exponerse a un riesgo letal.


© Pedro Alcoba González 2021.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Anímate a opinar!