viernes, 2 de diciembre de 2022

La dama de hielo y el jaguar (relato al rojo vivo)

 

Como una muñeca desmadejada y sola sobre una cama deshecha. Así era como a Claudia la gustaba que la dejaran después de hacer el amor. En aquellos momentos de liberación quería ser simplemente un cuerpo o, más bien, un organismo que respira. Le habría gustado en aquellos momentos perder aquel molesto apéndice superior que todo lo observaba y analizaba, incluso cuando la acariciaban o besaban. Quería, literalmente, perder la cabeza. Y ahora, tumbada boca arriba, con su molesto apéndice  analítico desplomado en el borde de la cama, observando la pared de la habitación invertida, lo había logrado. Y se quedó allí, sin cubrir siquiera su cuerpo desnudo, por unos momentos.


Claudia era una ejecutiva de éxito. Había ascendido en el mundo de la empresa hasta los puestos directivos, aún copados en su país por hombres, en su mayoría. Y lo había conseguido siendo no solo la mejor con los números, sino también controlando su entorno con precisión milimétrica. Medía cada palabra y estudiaba al detalle a sus colegas, que pronto serían subordinados, o a sus jefes, a los que pronto llamaría colegas. Sus ojos, eran cautivadoramente azules y estaban enmarcados en un óvalo cuidadosamente retocados por el maquillaje, rodeado de una cabellera morena, peinada con decoro pero con rotundidad. Cuando esos ojos se posaban en quien tenían en frente, el observado estaba perdido. Claudia le conduciría hacia el lugar donde ella quería, ya fuera  un cierre de negociación favorable, un acuerdo ventajoso o un ascenso.

Porque Claudia tenía el control siempre, salvo cuando decidía perderlo..

Así había sido también con Marco. A pesar de que ella nunca elegía a hombres cercanos a su entorno empresarial para sus relaciones amorosas, con él había hecho una excepción. Marco era un empresario italiano que dirigía una pequeña empresa a punto de ser absorbida por la multinacional en la que ella trabajaba. Aparte de una seguridad en sí mismo fuera de lo común, Marco tenía un aire depreocupado que le permitía tomar importantes decisiones estratégicas como quien opta por un plato que no ha probado en un restaurante exótico, de manera tranquila y a un tiempo excitante. Por otra parte, el italiano no carecía de atractivo, con una verde mirada magnética, cabello negro y ondulado y un cuerpo curtido en gimnasios de alta gama, que desplazaba con una elegancia parecida a la de un jaguar en la selva.

Pero no fue solo su atractivo, sino sobre todo aquel fondo de despreocupación que percibía el hecho, aparte de que le resultaba divertido llevarse a la cama al director de la empresa que la suya iba a absorber, lo que hizo que Claudia desplegara todas sus armas. Tras una comida de empresa estratégicamente situada en viernes, le condujo primero a un bar de copas y después al hotel de él, queriendo dar la falsa impresión de que él tomaba las decisiones. El sexto sentido del directivo le hizo darse cuenta del juego, supo que ella tenía el control, pero no le desagradó. Siempre había tenido que luchar por delimitar su espacio, luchando por demostrar que su valía no se debía a ser hijo del dueño de la empresa. Llevaba la mitad de la existencia -tenía poco más de cuarenta años- teniendo que demostrar todo a todas horas.  

Que aquella noche fuera otra la que tomaba la iniciativa y las decisiones era para él tan novedoso como excitante. No tendría que conquistarla, solo aparentar que lo hacía, porque esa noche, tras ser conducidos al hotel por un taxista somnoliento, mientras ella le ofrecía sus labios de forma difícil de resistir, sabía que poco después le abriría sus puertas como una ciudad asediada, en la que sus habitantes están deseosos de recibir a sus conquistadores, y lo han preparado todo para organizar, con apariencia de rendición, un glorioso recibimiento.

Así fue. Cuando llegaron a la habitación, ella paseó sus ojos azules por la suite, deteniéndose en cada detalle, y luego se dirigió a la enorme cama de curiosa forma circular mientras se iba despojando e su ropa. Primero cayó su finísima chaqueta torera, que lanzó a un pequeño descalzador a los pies de la cama. Luego se quitó los zapatos maniobrando con los pies, se dio la vuelta y se sentó mirando hacia él, abriendo claramente las piernas bajo su suave vestido de seda azul oscuro.

—Supongo que sabrás que hacer ahora, ¿no? —Fue su primera frase— ¿O es que no tienes lo que hay que tener? —dijo, ladeando la cabeza, juguetona y golosa.

Marco se dirigió hacia ella y la observó desde su altura, solo para luego sentarse a su lado y, mientras ella  inclinaba  su cabeza hacia él  de forma sutil, la levantó el cabello y la besó en el cuello. Aquello la excitó más de lo que esperaba, pero se separó de él y se puso de pie enfrente. Él la levantó el vestido mientras ella se giraba para darle la espalda mientras él se levantaba para acabar de quitárselo, frotando sus nalgas contra el italiano. Luego se alejó de él, por fin desinhibida y salvaje, para rodear la cama en un amago de escapar. Marco la cogió por la muñeca antes de que lo lograra, y mientras se despojaba de zapatos y pantalones dejándolos caer, la lanzó a la cama en la que Claudia cayó, sabiendo que había llegado el momento, y que podía abandonar en algún lugar de su mente la forma de la habitación, las distintas puertas, la distancia al baño, la ubicación de la llave y del teléfono, la posición de los interruptores y las luces, y tantos otros datos registrados para sentirse segura….

—Al carajo con todo! —dijo con una voz inusualmente grave.

Marco se despojó de todo menos la camisa y se arrodilló frente a ella para quitarle cuidadosamente las medias y después las finas bragas de encaje, a pesar de que ella le recriminara por ello, en torno burlón. La intuición del italiano le decía que era el tipo de mujer a la que le gusta que la despojen primero de la parte de abajo y luego la de arriba; y así era, cuando tocó su sexo son sus dedos escuchó un silbido de puro gusto, y cuando él dirigió la otra mano por debajo de su espalda para desabrocharla, se encontró con que la mano de ella le guiaba para ayudarlo, porque si algo le gustaba a Claudia era que la desnudaran.

Fue entonces cuando Marco hizo honor a la naturaleza felina que aparentaba y, tras lanzar el sujetador a un lado como si hubiera dado un zarpazo, empezó a besarla y a morderla por la parte de arriba, allanándose el camino, y cuando llegó a la punta turgente de sus pechos y elevó la cabeza, se enocontró con dos ojos azules que le miraban mientras unos labios pintados de rojo sonreían con diversión.

—Adelante señor, vuestra esclava os espera —dijo Claudia

Y Marco maseajeó el sexo de ella, primero con sus manos, mientras las besaba en los labios abiertos. Estuvo  así largo rato, jugando, y después se acercó y besó sus muslos, cada vez más cerca del centro de placer de ella, pero sin llegar, porque eso lo reservaba para su propio sexo. Cuando parecía que acercaba sus labios a su hendidura,  y ella más lo deseaba sin duda, él la cogió por los brazos para inmovilizarla, Claudia se zafó y empezó a girar sobre si misma alejando su cabeza del centro de la cama porque solo de ese modo podía disfrutar. Marco trató de colocarle una almohada bajo su cabeza.

—¡No! ¡No la quiero! —gritó ella.

Entonces él se dio cuenta de lo que de verdad deseaba y la empujó al borde de la cama, meientras la sujetaba la nuca para que la posición no fuera violenta, al tiempo que trataba de entra en ella. Cuando su miembro estaba a punto de estallar de potencia, ella le agarró los brazos y los hizo colocar al lado de sus hombros, al borde de la cama, conformando una especie de puerta que la cercaba, mientras lanzaba su cabello hacia atrás y este caía por el borde de la cama como una cascada y su cabeza perdía su punto de apoyo. Para no deslizarse del todo, se agarró a los dos brazos de Marco, firmes como dos postes. Aquel era el momento y MArco se dio cuenta, la penetró entonces salvaje y brutalmente, hundiéndose hasta el fondo de aquel cuerpo terso, sedosos y al mismo tiempo firme, y volvió a hacerlo varias  veces, hasta que ella cambió de postura, incorporándose mientras le empujaba con una mano violentamente hacia atrás para quedarse sentada sobre él, mientras Marco asentaba sus muñecas sobre la cama. Luego ella se agarró a sus brazos mientras subía y bajaba sobre su sexo, echando la cabeza hacia atrás y sus pechos hacia delante con tal violencia, que a Marco le pareció que estaba bailando una danza tribal. Pero también se dio cuenta de uqe estaba disfrutando ahora más que nunca, por la sonrisa de puro deleite de su rostro, y los gemidos acompasados, por lo que redobló su empuje para casi atravesarla, tomando por fin el control y el ritmo de la acometida, mientras ella se acompasaba a él, y cuando se dio cuenta de que su sexo estaba totalmente atrapado entre los muslos de ellas, fue cuando cayó en la cuenta de que no se había puesto ninguna protección, un segundo antes de vaciarse por completo dentro de ella, mientras Claudia gritaba de placer y atrapaba sus sexo con más fuerza, manteniéndolo dentro de sí por unos momentos.

Entonces ella se dejó caer hacia un lado y recostó su cabeza otra vez en el borde, incinandola hacia atrás lo suficiente para que su cabello cayeron y se quedara como una muñeca desmadejada y sola, mirando a la pared, invertida a sus ojos, con la mirada perdida, mientras posaba sus blanquísimas piernas sobre el regazo de él.

Marco se quedó sentado como estaba, todavía apoyando sobres sus muñecas, mientras pensaba en el error de bulto que había cometido, y se preguntaba lo que pasaría si ella se quedaba embarazada.

Claudio debió advertirlo por el rabillo del ojo, porque su afán de control volvió por un momento, en este caso en forma de protección hacia él, dándose cuenta de la situación.

—No pensarás que no he tomado precauciones, ¿verdad? Llevo tomando píldoras varias semanas.

Marco no pudo evitar reír con alivio, mientras se dejaba caer a su lado

—Maldita zorra… —susurró

Y ella se sonrió, porque era justo lo que deseaba oír.

© Pedro Alcoba González 2022 (excepto la imagen que acompaña el relato, que cuenta con licencia Creative Commons)