jueves, 26 de mayo de 2016

Los que se quedan atrás (Relato)

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Dicen que en una emergencia la gente que leemos mucho no nos desenvolvemos bien. Que nuestra capacidad para intentar entender temas complejos, o para perdernos en la infinidad de vericuetos que los libros proporcionan nos hacen perder de vista lo urgente, no somos especialmente resolutivos y nos quedamos atrás. En las emergencias, dicen, es la gente de acción, las personas como mi amigo Mikel, que no ha leído en su vida más que los libros a loa que le obligaron en el instituto, las que se llevan el gato al agua y sobreviven. 
La nube de gas tóxico que escapaba de la central química cerca de la cual vivíamos tenía un radio de acción de unos 5 kilómetros, dijeron por radio y televisión.  Alguien podía estar a punto de morir si era cierto. Alguien como mi mujer Estrella o mi hija Clara, o mi mejor amigo Mikel, que vivía solo en la granja de al lado. Mikel y yo salimos corriendo de  nuestras granjas. Escapábamos de la muerte, y en ese momento crucial en que te juegas la vida, en ese instante decisivo, Mikel me empujó por detrás para derribarme y alcanzar el único vehículo de la zona, ignorando los gritos de mi mujer. 
El gas se extendía rápidamente y habíamos tenido el tiempo justo.Yo había salido de casa , precedido por mi hija y seguido por mi  mujer, pero ella caminaba despacio e iba demasiado cargada; y cuando me volví a ayudarla, mi hija Clara se me había escapado para recoger una cría de oveja. Yo me había distraído entre tantos opciones importantes, pero Mikel era de decisiones más rápidas, tenía más claro su objetivo, sabía cómo actuar, me había empujado y ahora estaba dentro de mi coche.  Había salido de casa antes que yo, había empujado a su mejor amigo para coger el único coche disponible en kilómetros a la redonda. Yo me había quedado mirándolo, con mi mujer acercándose con dificultad y mi hija con la cría de oveja en brazos. Me quedé viéndolo desde el suelo, mientras entraba en mi coche y encendía la llave de contacto.

                        


Y entonces, cuando el motor del coche rugió y Mikel pisó el acelerador, cuando agarró con firmeza el volante mientras miraba a un horizonte en que no había gas tóxico y al que se disponía a escaparse pronto, solo entonces comprendí el profundo significado de aquella frase que había leído: “El gas tóxico emanado de la central es levemente dañino por contacto, pero mortal por inhalación”.
¿Entendiste entonces tú, Mikel? Antes de meter la llave de contacto y disponerte a recorrer cientos de kilómetros para alejarte de tu casa, cerca de la cual estaba la granja de tu mejor amigo, antes de subirte a él, antes de empujarle para ir corriendo a su coche, de cuya llave él mismo te había dado una copia, antes incluso de que tu instinto te dijera que tenías que salir de tu casa corriendo y empujarle para dejar atrás con su familia; antes de todo eso, Mikel, deberías haber sabido que el gas era mortal por inhalación, y que el primer paso del protocolo de emergencia distribuido por la propia central química era ponerse la mascara anti-gas.
Mi vecino contemplaba el horizonte con su rostro totalmente desprotegido y ya sin vida agarrado al volante de un coche que no iba a moverse, porque se había calado después de arrancarlo en el primer acelerón. Giré la vista hacia la izquierda y vi a Clara, protegida por su mascara, que se acercaba con la cría de oveja mientras mi mujer dejaba de gritar y llegaba a mi altura, extendía la mano para tocarme la cara, sin éxito porque estaba cubierta de goma, y yo hacía lo mismo instintivamente con la suya, igualmente enfundada en goma.
“A veces es mejor leer algo, Mikel”- pensé mientras apartaba las manos del que fue mi amigo del volante y sacaba su cuerpo del coche- “aunque sea un aburrido protocolo de emergencia”- Y seguí pensando mientras me acomodaba en el coche del conductor y mi mujer y mi hija subían- “A veces es mejor leer algo, Mikel, que estar viendo la tele todo el día”.
Arranqué el coche, que esta vez no se caló. Y nos alejamos hacia el horizonte.


© Pe
dro Alcoba González 2016, excepto la imagen que acompaña el artículo.