viernes, 21 de abril de 2023

EL SOFÁ

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No sabe cuántas veces ha recolocado el sofá, pero apuesta a que es el que más ha recolocado en su vida. Podría clasificar la duración de sus s relaciones por la cantidad de veces que ha recolocado los colchones o sofás en las casas que ha compartido con sus parejas.

Recuerda que alguno de los primeros sofás ni siquiera tenían un cobertor o, peor aún, recuerda un mal llamado sofá que no eran más que dos pequeños sillones sin brazos juntos.

Luego vinieron sofás con fundas, cobertores, cojines e incluso algún peluche, que perdían su orden y simetría con asaltos salvajes que no llegaban a la cama.

Luego, a medida que pasaba el tiempo, el sofá dejó de ser un lugar ocasional para el encuentro de los cuerpos y pasó a ser el lugar cotidiano de encuentro plácido, con milimétricas caricias y miradas que, ocasionalmente, sí, vuelven a estallar con el ardor de la primera juventud, pero esto es casi más anecdótico que constante.

Hay sofás que te hieren con su espacio cuando te sientas en ellos, sofás hechos para muchas más figuras sedentes, o para egos descomunales. Nunca quiso uno de esos, el sofá ideal siempre fue el que se adaptaba a los cuerpos como un buen traje. Tampoco le han importado demasiado los colores. De colores vivos o más apagados, lo importante siempre fue la ternura con la que podía hundirse en su regazo. Cuando ha llegado a una casa, si se encontraba un sofá en el que no podría dormirse plácidamente, ha pensado desde el principio que tendría poco que hacer. Se podría decir incluso que ha elegido a sus parejas por sus sofás, o que sus sofás le han elegido a él, como una prolongación de ellas. Se podría decir que un sofá es un ser vivo, con extremidades rígidas y pequeños pies, que requiere de seres humanos para perpetuarse, y lograr que le compren otros muebles y objetos. Así aparecen como por arte de magia pequeñas mesas, lámparas rinconeras, escabeles, pufs, centros de mesas, mantas, mandos a distancia, revistas, libros, monedas perdidas, costuras, alfileres, hilos, e incluso alguna personita, que empieza   gatear por él como si lo hubiera creado, y no hubiera sido dado a luz por la pareja que comparte techo.

A medida que pasa el tiempo, el sofá puede ser ensuciado, rasgado, maltratado, zaherido e incluso odiado, pero nunca arrinconado. Seguirá siendo el rey hasta el final, y el último mueble en salir de la casa después de una ruptura será el sofá.

Pero… ¿y si no hubiera ruptura? ¿Si la pareja se encontrara entonces con esa personita de la que hemos hablado, y otra incluso más pequeña, y un perro y un gato? La vida se gasta y también se apacigua la excitación y la pasión. Las sorpresas ya no se escriben con mayúsculas y la aventura se atempera, para enmarcarse en un proyecto común, que incluye a más seres vivos. Entonces el sofá acabará igualmente convirtiéndose en el refugio de la pareja solitaria cuando las personitas han crecido tanto que ya son como ellos, y deciden un día atravesar la puerta para no volver en días, semanas, meses o años. Puede que incluso la otra persona, aquél o aquella que fue elegido por el sofá, acabe desapareciendo, la existencia se consume, no es más que un rayo fulgurante, una pasión inútil si no se encuentra en ella un sofá que valga la pena.

Cuando entonces el ser humano se queda solo otra vez como al principio, la tentación de pensar se ha hecho ya muy mayor es demasiado frecuente como para que no se convierta en la sencilla constatación de un hecho. El hombre o la mujer se refugia entonces en una de las dos esquinas, como si quisiera que el sofá lo abrazara más, como si de este modo se pudiera ignorar el vacío que siente al otro lado, como si no se echara de menos cada pliegue o huella que el otro o la otra dejó en el asiento.

Pasa el tiempo y hasta eso se olvida, y quedan ya solo los recuerdos, la soledad y la locura. Es el momento de plantearse si mereció la pena… y la respuesta también está oculta en los pliegues de ese sofá primero solitario y luego compartido, para volver a encontrarse al fin solo un sofá, descompuesto y recompuesto de nuevo mil veces, adornado y desnudo, confortable y áspero, acogedor e inhóspito, cálido y frío en incontables ocasiones a lo largo de las noches y los días.

La respuesta está siempre en ese sofá.