sábado, 30 de enero de 2021

La prosa de "Permafrost" de Eva Baltasar atrae como el imán al acero.

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 Un libro interesante que, básicamente, se funde con su personaje principal y narradora.

A partir de una deslumbrante y lírica escena inicial, en la que la narradora imagina su propia muerte, en apenas más de 100 páginas nos describe una vida desde sus comienzos (con esos inmensos vasos de leche que su madre la hacía engullir) hasta los affaires de la mujer adulta con sus amantes y la relación con su sobrina, que cierra el ciclo antes del final.

Permafrost es el relato en primera persona de una mujer lesbiana y soltera, como ella misma recalca cerca del final y su peculiar y ácida visión sobre el mundo. Y sobre todo, quizá sobre el mundo que más nos importa, el de la familia y las relaciones más íntimas.

Como los libros que de verdad son literatura, es difícil separar fondo de forma, porque los conceptos que transmite, la historia que cuenta, está muy unida al lenguaje empleado para ello.

Comencemos por el concepto

Sorprende sin embargo el hallazgo del término permafrost, empleado aquí como un constructo a la vez conceptual y vital del yo personal. La personalidad, con un planteamiento conscientemente individualista. Según este planteamiento, todo aquello que enternece y conecta con los otros, funde el permafrost.  

Solo por el hallazgo de esta metáfora vale la pena leer la novela.

La disección irónica y a ratos cruel que hace la narradora de su madre, su hermana y, de modo más benévolo, sus amantes, nos describe una personalidad cuya principal consecuencia vital es que la vida merece la pena vivirse (como anuncia la cita preliminar). 

Sin embargo, y paradójicamente, el lector es arrastrado ante una punto de vista sobre la vida, aunque oscuro, deslumbrante por tan sensorial, físico, lleno de matices y rico en referencias culturales. 

Vayamos ahora con la forma

La prosa de frases cortas, austera, pero muy precisa en vocabulario, hace avanzar un relato denso, no tanto en peripecia como en vivencias. La narradora juega con el presente y el pasado describiendo en círculos el mapa de relaciones de la narradora en capítulos cortos en que los que cuenta no solo el acontecimiento sino también su interpretación. Narradora por tanto protagonista y también observadora de su propia vida.

Narra con una mezcla de  refinadas referencias culturales y crudas descripciones físicas, huyendo de lo convencional como de la nube.  Se habla en los resúmenes y en menor medida las críticas de esta novela de la intensidad del tratamiento del sexo. A mi modo de ver, es más un reclamo comercial que otra cosa, porque Permafrost habla del sexo como una parte fundamental de la vida, y por tanto a la vez de la muerte. Eros y Thanatos unidas en un solo engarce. Pero tampoco el lector que busque una narración sin tapujos del sexo quedará defraudado.

La conclusión

La novela sorprende no solo por su desenlace, del que no diré nada en absoluto, sino por una mirada fresca, carente por completo de prejuicios sobre la realidad íntima y familiar ante la que es imposible quedar indiferente, y lo normal es que  atraiga como el imán al acero a quien la lee. 

Como la muerte atrae a su protagonista.

P.S. He encontrado en el punto de vista de la novela conexiones con La cena de Herman Koch y en la narración sin tapujos de la vida íntima con La mujer desnuda de Lola Beccaria, novelas igualmente magnéticas, aunque por distintos motivos.


© Pedro Alcoba González 2021.