domingo, 20 de octubre de 2019

¿Por qué “Mientras dure la guerra” no ha generado más debate social?

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Con su última película, podemos afirmar que Alejandro Amenábar alcanza un punto de madurez en su carrera. Tras una película muy personal y mal recibida por el público (Ágora) y una que parece más bien un producto alimenticio (Regresión), el director se encuentra en ese punto en que se puede permitir el lujo de contar lo que quiere como quiere contarlo. Pero, tratándose de Amenábar, eso nunca supone olvidarse del público. Al contrario, nunca ha dejado de considerarlo, no para entregarse a él, sino para hacer sus películas sorprendentes, intrigantes y, siempre, inteligibles. 

En este caso se alía con el prestigioso guionista Alejandro Hernández para contar la historia de un Unamuno en el final de su vida, entremezclando su rutina diaria con los eventos que sacuden al país. Para no contar demasiado, diremos que la película comienza con la declaración del estado de guerra en la plaza mayor de Salamanca (19/07/1936) y con el prendimiento de Casto Prieto, alcalde socialista de la ciudad. Unamuno vive una fase final de su vida entre los recuerdos de juventud con su mujer Concha (“su costumbre”), ya fallecida, la actividad investigadora y docente como rector de la Universidad de Salamanca, y las quedadas en el café Novelty con sus dos amigos Atilano Coco (pastor protestante) y Salvador Vila (catedrático de literatura, republicano de izquierdas).  Poco a poco, la rutina de Unamuno se va alterando, primero con su destitución como rector por Azaña (pues Unamuno en principio se alinea con los sublevados) y luego con los sucesivos desmanes (cada vez más brutales) de los nacionales en Salamanca. Paralelamente, los guionistas eligen contar la historia de un joven general Franco, cuando Sanjurjo acaba de morir, y aún no ha asumido el mando único de los sublevados. La evolución de ambos personajes (Unamuno y Franco) avanza paralela, en un guión realmente equilibrado, que también incorpora en el entorno de Franco a Millán Astray (quien funciona claramente como un antagonista de Unamuno). Los debates y disputas entre Unamuno y sus dos amigos; y las conversaciones entre Franco y Millán Astray y el resto de los mandos, como Cabanellas y Mola, van jalonando un relato que va progresando dramáticamente hasta que todos los personajes, acaban ocupando el mismo lugar geográfico e histórico: la ciudad de Salamanca y, más concretamente, su universidad.

El guion no solo goza de un gran equilibrio en la presentación que hace de los personajes de ambos bandos. Empatizamos con la sensatez de un hombre de acción como Cabanellas, por ejemplo,  que anticipa el desastre; al igual que las reticencias o cabezonerías incomprensibles en Unamuno nos alejan de él. Además, también se va pespunteando con pequeños detalles (el gusto por la papiroflexia de Unamuno funciona dramáticamente; la relación de Franco con su mujer, que es clave en la trama; o el documento cuyo texto da título a la película). Por último, se narra con gran claridad cómo fue esencial la conexión del relato fascista con la devoción católica y la idea de cruzada. Todo ello nos indica que es un guión trabajado, en el que el espectador es conducido con habilidad por un relato emocionante de lo que fueron los primeros meses de la guerra, y las decisiones que se tomaron para que esta se alargara. Es achacable en cuanto al guión que nadie tiene claro qué dijo o no Unamuno el famoso día de la celebración de la raza en la Universidad, y que las investigaciones han hablado de una reelaboración posterior de este relato que se ha convertido hoy en mítico.  No creemos que se deba a la carencia de documentación. Sencillamente, si no se mostrara a Unamuno diciendo las palabras que ponen en su boca, el relato sería mucho más difícil de entender, mucho menos cinematográfico, ya que no habría un buen diálogo fílmico entre los personajes. Así, se ha optado por un relato verosímil, pero no histórico. Porque el cine -salvo el documental histórico- no ha sido creado para elaborar relatos rigurosamente históricos, sino para contar historias, en unos casos, o para generar obras de arte, en otros (hay quien dirá que para hacer negocio, tampoco lo niego).


Karra Elejalde interpreta a Miguel de Unamuno

Sin embargo, aunque el relato lo tiene todo para fascinar al público (protagonista y antagonista, un enfrentamiento entre ambos, una tensión entre las “dos Españas” presente de continuo, y un elenco de actores soberbio, en que ninguno desentona y algunos están realmente brillantes), no creo que la película acabe por estar en boca de todos, ni que tenga un grandísimo éxito.

Y esto es porque, en este país, Unamuno no es el personaje ideal para  hablar de la guerra civil. Desgraciadamente, una película que no ponga a Franco como un mamarracho, o a los republicanos como verdaderos héroes, no hará que se hable de ella. Como tampoco se habría hablado en su día (aunque no se podía, porque tal película no era factible), de una película en los que los nacionales no fueran héroes y los republicanos la canalla del pueblo. 

Para entender y solucionar la complejidad de España, y los odios que se desataron en ambos lados, se necesitaba una mente aguda como la de Unamuno, equidistante entre dos ideologías bárbaras. O una lucidez como la de Chaves Nogales, periodista  hoy reivindicado, pero olvidado durante décadas, con cuyo pensamiento coinciden las palabras que pronuncia Unamuno en el tramo final de la película. Otro camino diferente para solucionar el laberinto en el que estaba el país,  era cortar por lo sano y arrasarlo todo llevándose a quien fuera por delante, como fue la opción que tristemente eligió Franco. Si aceptamos el relato de la película -y no está lejos de la realidad, en mi opinión-, esa fue la postura que se impuso.

Por eso, en estos tiempos en que los relatos de cierta complejidad, que no suponen una toma de postura en que el adversario es demonizado o insultado, no calan en el público, creo que no tendrá un gran éxito la película de Amenábar, o al menos no se hablará mucho de ella. Y esa es precisamente la prueba de que es una buena película. Porque, tras varias tentativas, por fin el autor ha conseguido un film de ideas en que ha encontrado un equilibrio en las distintas tesis que pone en boca de sus personajes. Y, como no se podrá vociferar contra determinada escena o determinado personaje, se hablará menos de Mientras dure la guerra que de lo que se ha hablado de otras películas suyas. 


Eduard Fernández es Millán Astray en la película

Sin embargo, y aunque solo sea por la interpretación en estado de gracia de Karra Errejalde o Eduard Fernández, creo que la película sí hará taquilla. Y no es para menos: la escena final es puro y vibrante cine, para figurar en antologías del cine histórico. Y no solo eso, la elegancia de los planos generales con que la película retrata los paisajes de Salamanca está combinada con una excelente fotografía y una gran dirección de producción para recrear la época. La historia es además potenciada por una  música concebida al servicio de la misma (no en vano ha sido compuesta por el propio director). Todo ello suma para hacer de Mientras dure la guerra una película realmente lograda.

Dejo por último al espectador español la pregunta de si considera propia la bandera que muestra la película (me refiero a la bandera de los grandes planos en que aparece encuadrada). Dado que para  filmar esta imagen icónica el director ha optado por una idea netamente cinematográfica que es al mismo tiempo una paradoja de las que tanto gustaban a Unamuno; si su respuesta no es un claro y rotundo sí ni un claro y rotundo no, sino un sencillo y grave asentimiento, creo que la película habrá conseguido uno de sus principales objetivos.