domingo, 12 de febrero de 2023

Escribir un relato de misterio

               ESCRIBIR UN RELATO DE MISTERIO



Debo decir que nunca, nunca, me presento diciendo que soy gay, pero, dado que para la historia que me dispongo a relatar tiene algún interés, diré que soy un hombre homosexual que pasa de los cuarenta, gran aficionado a la montaña, y también escritor. Pero quizá el lector se haya visto atraído por el título y no le interesen mis aficiones, ni mi orientación sexual, ni mi edad. 

(Queremos hacer un relato de misterio, y primero debemos trazar un esbozo disponiendo los elementos con que elaboraremos la historia. Este relato, por ejemplo comienza  con una presentación de un servidor, el narrador gay algo irónico, continúa con un beso y un frenazo, sigue con una mancha de sangre, entra en escena un psicópata y  termina con el narrador filosofando sobre el azar y el destino en la vida). 

Nuestra excursión no era numerosa. Solo éramos Marga y Pepe, novios recientes, Juan, que era nuestro guía y conductor y un servidor, Miguel, que ejercía el no siempre reconocido papel de copiloto, mientras Marga y Pepe se obtenían el beneficio mutuo de sus labios a plena satisfacción en el asiento de atrás. Volvíamos de escalar el Mulhacén aquel fin de semana y llevábamos unas cinco horas de viaje de regreso en carretera hacia Madrid. Recuerdo que en aquel momento estaba absorto espiando con el espejo del copiloto el nada despreciable beso de tornillo de Marga y Pepe.

Fue más o menos en es momento cuando el coche frenó en seco y todos creímos que el estómago se nos escapaba por la boca. Recuerdo que miré el reloj y eran algo así como las nueve de la noche. Increpamos a Juan, pero él en seguida nos aclaró que el coche había frenado solo y que probablemente teníamos una avería importante, pues no arrancaba de ninguna manera. Y en efecto así era. En realidad, no teníamos un problema, sino dos, porque tampoco nuestros móviles tenían cobertura. Nos encontrábamos en Ciudad Real, no estábamos cerca de ninguna localidad conocida y lo único que el navegador del coche había señalado poco antes de perder también señal era que había una gasolinera con un hotel aledaño, aproximadamente a medio kilómetro. 

(Normalmente la narración de misterio juega con poner a los protagonistas en una situación en la que tendrán que desarrollar sus mejores cualidades para salir de una situación difícil).


    
Nuestra situación era complicada, pero confiábamos en que nuestros móviles volverían a funcionar y nos permitirían salir de aquello. El pequeño hotel tenía, según aseguró Ramón, el chico joven que lo regentaba, diez habitaciones, pero solo nos podía ofrecer ya dos dobles. Tras preguntarle si tenía un móvil, nos dijo tener dos, pero ninguno con cobertura en menos de diez kilómetros a la redonda. Y no tenía internet, era un hotel de baja categoría y él estudiaba una oposición de funcionario de prisiones.

(El narador puede ir diseminando pistas sobre los personajes que el lector avezado debe cazar al vuelo para saber por dónde va a transcurrir la narración).

Marga y Pepe cogieron una habitación y Juan y yo compartimos la otra. Sí, él sabía que yo era gay y no, no le importaba nada; superad vuestros prejuicios homófobos, por favor, antes de continuar leyendo. Por fin podíamos relajarnos un rato. Tras un momento de cierta contrariedad, por fortuna superado, se ofrecía la perspectiva de una noche de descanso, para unos, y de gloriosa intimidad, para otros. 

(Ahora, con cuatro personas descansando plácidamente —o no— porque ninguno de los cuatro quería recorrer diez kilómetros después de subir a la montaña más alta de la península ibérica, necesitamos algo más para animar este relato. Estamos hablando de conflicto). 

Como pude saber más adelante, Marga y Pepe, a pesar de su obvia química recíproca, como yo había comprobado en el coche, estaban en crisis en su relación. Marga era casi una adicta al sexo, y Pepe era una persona mucho más tranquila en ese aspecto (supera algunos prejuicios otra vez, lector, si pensabas que era al revés). Así que Marga le había propuesto serle infiel —pero solo físicamente—, traicionarle —si acaso con su cuerpo—, mientras su alma permanecía unida a él como constructor chanchullero a político corrupto. Ese era —supe más adelante—el origen de la discusión que oíamos al otro lado de la pared.

Mientras, yo compartía con Juan una confidencia sobre que es muy difícil para mí tener una pareja estable, que había sido mi deseo desde siempre. Él me decía que su deseo desde siempre había sido escalar el Everest, hasta que descubrió que se había convertido en uno de los lugares más visitados por cantidad de montañeros tan imprudentes como estúpidos. Pero Juan no siguió despotricando contra los visitantes ocasionales del Everest, pus descubrió algo en el suelo. Se trataba de una mancha de sangre reciente, como mucho del día anterior. Lo sabía porque se acercó a ella y Juan era no solo una de las personas más preparadas físicamente que conozco, sino también un experimentado montañero, curtido en pruebas de supervivencia en la naturaleza, que sabía reconocer una mancha de sangre relativamente reciente cuando la veía. Aquello era sencillamente inaceptable, y decidió ir a la recepción a reclamar. Cuando se fue, debo confesar que apliqué el oído al otro lado de la pared de papel del hotel, para escuchar a Marga.

—¿Por qué te niegas? Pepe, te juro que ni una pequeña parte de mi corazón estará con él 

Según pude escuchar, Marga había elegido a su profesor de yoga para ser infiel a Pepe solo una noche, y después se cambiaría luego de escuela, para no volverle a ver nunca más.
  
—Si haces eso, Marga, yo que tú intentaría volver a verle, porque al que no verás nunca más será a mí. Lo siento, no puedo ceder en esto. Te quiero de verdad. No podría seguir si supiera que lo has hecho. 

—¡Pero yo te quiero también! Pepe, por qué no eres un poco más flexible... 

—¡Me materé si lo haces! ¿Entiendes? ¡No quiero vivir así!

Sé que esto está derivando a una narración propia de una telenovela romántica, así que os ahorraré el resto de la conversación. Solo diré que esperé más de veinte minutos a que Juan volviera; y que cuando decidí ir a buscarle alguien me golpeó y caí inconsciente.
(Tras una referencia a una subtrama sentimental, este tipo de giro causa impacto en el lector, y suele requerir una línea en blanco que se utiliza para indicar el paso del tiempo. El cambio de escenario aporta variedad y conduce la intriga hasta los siguientes sucesos). 


Cuando recuperé el conocimiento, los cuatro estábamos maniatados en una habitación bastante oscura en el que Ramón había cambiado su expresión desde que nos recibiera, y nos miraba con un rostro que reflejaba un gesto alucinado. Iba vestido completamente de negro, llevaba guantes —mi imaginación acelerada me dictó que quizá era para no dejar huellas en nuestros cuerpos— y tenía a sus espaldas algunos instrumentos bastante inquietantes: un rifle, un bate de béisbol, un hacha y una sierra mecánica. Nos dijo, con una voz de sonado que hubiera asustado al mismísimo Norman Bates:

—Estoy aquí para dar cumplimiento a vuestros mayores deseos, que habéis manifestado esta noche. 

No me demoraré en muchos detalles sobre cómo sabía cuáles eran nuestros mayores deseos, o en los intentos que hicimos esa idea delirante de la cabeza 

(El relato de misterio al fin y al cabo es heredero del policiaco, y deja que sea la imaginación del lector la que llene las lagunas). 

Solo explicaré lo que verbalizó. De nuestras conversaciones había deducido que el ma- yor deseo de Juan escalar el Everest, el mío tener pareja, el de Marga acostarse con otro hombre; y el de Pepe, y no ahondaré en cómo llegó a esa conclusión…básicamente morirse. 

—No puedo satisfacer nada que no ocurra dentro de esta hotel, pero todo lo demás comprobaréis que puedo hacerlo.
Ramón cogió en aquel momento su rifle y disparó a bocajarro al corazón de Pepe, que murió en el acto. Este hecho provocó las lágrimas, gritos y rabia instantánea de Marga, que desarrolló una fuerza sobrehumana en aquel mismo momento y, arrastrando con ella la silla, se abalanzó sobre nuestro captor. Aquel tipo tenía reflejos, pues cogiendo con rapidez el bate la derribó de un solo golpe. Me ahorraré detalles de las absolutas tonterías sin sentido que nos dijo y de cómo intentamos razonar con él una vez más. Solo diré que su siguiente acción fue obligarnos a tirar unos dados, a Juan y a mí y que yo gané en aquel juego absurdo (5 y 3 contra 4 y 2). Acto seguido, y con el mismo bate, nos dejó tan inconscientes como a Marga. 

(con una situación si cabe más desesperada y la vida de los protagonistas puestos en riesgo, el relato se desliza hacia su tramo final)

Al despertar, nos dimos cuenta para nuestra desgracia de que estábamos otra vez en una habitación del msmo hotel. Marga yacía desnuda boca arriba en la cama y yo estaba sobre ella, también desnudo, nuestros brazos y pies estaban atados a las patas de la cama y nos había amordazado tan fuerte que ninguno podíamos hablar. Juan nos mira bacon una expresión de rabia desde una esquina de la habitación, inmovilizado con cuerdas y amordazado también. 

—El deseo de esta mujer es tener sexo con otro hombre. Tu deseo es tener una pareja, y has salido ganador en el juego. Os concedo un comienzo para vuestra historia de pareja. Es vuestro momento. ¡Aprovechadlo!

Aquel loco quería que yo me acostara con Marga, adicta al sexo. Aquí debo hacer un paréntesis para decir que nunca en mi vida me he visto atraído por una mujer ni he tenido la menor intención de acostarme con una. Marga me miraba con una expresión de angustia, más por la amenaza de  Ramón que por lo que yo pudiera hacer, que la verdad, podía hacer más bien poco. 

—¡Hacedlo! —repitió— Y cogió estaba vez la sierra mecánica y la puso en marcha. —¡O acabaré con los dos de un solo tajo! —Y de verdad que lo intenté, aunque no era precisamente el tipo de situación relajada y chispeante propicia para el sexo. Pero es que no podía, sencillamente la excitación era imposible por varios motivos. Intenté zafarme de la mordaza, pero no lo lograba. Miré a Ramón, e intenté decirle lo que pasaba, sin que él entendiera nada, hasta que en un momento determinado, en un grito que salió de lo más profundo de mi corazón, conseguí atravesar con el sonido la mordaza y llegar a sus oídos: 

—¡Soy gay! ¡Homosexual!?¿Entiendes? ¡Maricón perdido!—grité. 

Ramón se quedó mirándonos, pero no sabía qué iba a hacer, si matarme solo a mí, a los dos, o acabar con los tres en una orgía de violencia. 

(Esta deriva habría dado mucha truculencia a la historia, pero ninguna resolución lógica, y habríamos perdido a la mitad de los lectores). 

Apagó la sierra mecánica, la dejó caer, se acercó a mí y me quitó la mordaza, luego llevó la mano a mi cara y me observó, con una mirada que no supe como interpretar, hasta que finalmente acercó sus labios a los míos y me dio un profundo beso, que no esquivé, más por sorpresa que por otra cosa, porque el tipo me resultaba repulsivo. 

—Yo también —dijo—. Te he estado esperando tanto tiempo...
   
Mi desesperación llegó a cotas inimaginables. Aquel psicópata estaba enamorándose de mí, y así daba además cumplimiento a lo qué había deducido era mi deseo. No había solución para aquello, estaba sencillamente como una regadera, yo no sabía que hacer, cuando Ramón recordó algo de repente, y dijo:
   
—Entonces,...¡Será el otro el que lo haga con la chica! —y se giró bruscamente. 

Pero solo fue para encontrarse con un cañón que le apuntaba directamente al pecho desde una esquina de la habitación. Por supuesto, era Juan, que se había zafado de sus ataduras, aunque no de su mordaza, y disparó en el acto, atravesó a Ramón el pecho y acabó con su vida. 

(Momento de microsorpresa en que el lector debe asimilar lo que ha leído). 

Luego se quitó la mordaza y dijo:
   
—Con todos los respetos, Miguel, con este tío, mariconadas las justas.
  
Solo diré que aquel día pasaron muchas cosas: Yo corroboré que era tan gay, que ni siquiera para salvar mi vida había logrado tener una erección junto al cuerpo desnudo de una mujer; Marga se quedó sin compañero y a partir de entonces prefirió dejar a sus futuras parejas, antes que demandarles lo que no quisieran darle libremente. Por último, descubrí algo respecto al azar y la naturaleza humana cuando Juan me confesó que él sí hubiera tenido una erección, porque Marga le atraía poderosamente hacía meses; y si el resultado de los dados hubiera sido diferente, probablemente ninguno de los tres habría vivido para contarlo. Aquella noche nos unió para siempre. Seis meses más tarde, Marga y Juan se emparejaron, mis relatos empezaron a tener una impronta violenta que empezó a  granjearme lectores hombres —hasta ahora mi público habían sido mujeres—, pero sobre todo se llenaron de reflexiones acerca del azar y el destino. Porque aquel día descubrí que una simple y fortuita tirada de datos puede determinar nuestro destino para siempre. 

(Y así es, querido lector, como el narrador concluye el relato con una reflexión final).


© Pedro Alcoba González 2022 (excepto la imagen que acompaña el relato, que cuenta con licencia Creative Commons)