sábado, 22 de enero de 2022

Pandorian (relato homenaje a J.D. Salinger)

 Pandorian

(Homenaje a J.D. Salinger)



Me he subido al tren, he caído sobre el suelo del vagón y ahora estoy boca arriba, mirando al techo, y me duele la espalda por el golpe, pero siento una energía en mis brazos inusitada.


Me he subido al tren en marcha. Creía que no podría hacerlo, pero lo he hecho, y el interventor se ha quedado mirándome con cara de idiota. Solo consiste en acompasarse a la velocidad del tren y luego dar un salto, pero es algo que hay que hacer, por eso no todos lo hacen, porque hace falta un mínimo impulso, una intención, lanzarse. Mucha gente piensa y piensa, pero nunca  hace nada, porque hace falta un instante de decisión. Y por eso se quedan en tierra.


Me he subido al tren porque estoy escapando de ellos, porque he cometido un acto delictivo, y era la única manera de huir de la justicia, porque ahora el tren me llevará lejos y cuando quieran saber donde estoy habré cambiado de tren de mercancías y estaré en otra ciudad, alejado de todo. Lo he  planificado bien, el tren me conduce hasta Pandorian, y allí puedo coger otro tren o bien un barco hacia cualquier lugar. Pero si cogiera otro tren tendré que tener mucho cuidado, porque alguien podría haber pasado la noticia de que un hombre moreno, vestido de blanco, con el pelo largo y los ojos grises se ha subido a un tren de mercancías, saltándose los controles.


Me he subido al tren porque ya estoy harto de las normas. Las normas son para los borregos. Abre la cerca y sal del recinto, ahora sal de aquí y deja que yo te pastoree, luego te daré de comer y después podrás seguir vagando con el resto de las ovejas. Al final del día te llevaré otra vez a tu recinto y revisaré una por una, para ver que estáis todas, porque soy responsable, y cuido de vosotras para que el lobo no se lleve a ninguna. Pero el lobo ya apenas actúa, la última oveja que se llevó fue hace años, y solo lo recuerdan las más viejas, en realidad podríamos irnos todas y vagar por los prados porque nadie nos lo impediría, pero el resto de ovejas no quieren irse, y mira que se lo he dicho, que nos escapemos de este lugar, de este recinto, que los pastores no nos quieren, en realidad, que solo están aquí porque les pagan.


Pandorian. Estoy mirando por las rendijas el paisaje de fuera, y veo los prados y las montañas y a lo lejos veo las cúpulas de Pandorian, esa extraña combinación de arquitecturas, justo en el límite de uno y otro lugar. Es un cruce de caminos, allí nadie te pregunta de dónde vienes, solo a dónde vas. Lo vi una vez en una película, la chica quedaba con el protagonista y él trataba de impresionarla. Le decía: “¿Ves toda esta gente del restaurante? Si les preguntas a todos ellos, saben de dónde vienen, pero no tienen muy claro lo demás. Yo en cambio, lo que sé con toda claridad es a dónde voy”. Así estoy yo ahora, no tengo muy claro de dónde vengo, sé que he cometido un acto delictivo, claro está, pero mis orígenes y mi familia están en nebulosa, y en realidad no importa. Sé que he elegido estar en este lado de la vida, donde yo decido a dónde voy, porque en Pandorian nadie te pregunta de dónde vienes, solo a dónde vas. Y voy a hacer todo lo que quiera allí, voy a fumar, beber, violar y robar y matar a todos los que quiera, porque allí no hay normas, ni nadie te persigue, y seré un maldito salvaje al que nadie impide hacer su ley.


—Me he subido al tren.


—Claro que sí —dice Marta. La primera semana fue más dura, pero ya se ha acostumbrado, porque siempre es igual.


—Me he subido al tren en marcha —repite él, desde la esquina de la habitación donde siempre se coloca, de forma escrupulosamente medida, como si quisiera alinearse con el ángulo recto que forman las paredes.


—Eso es —contesta Marta, y observa de reojo sus ojos grises y su mirada perdida, su camisón blanco y sus pies descalzos, mientras acaba de hacer su cama.


Luego va hacia él y le coge con suavidad de la mano. 


—Me he subido al tren porque estoy escapando de ellos —dice, mientras ella le guía hacia la cama otra vez.


—Porque ya estoy harto de las normas —continúa diciendo.


—Las normas son para los borregos —dice Marta, pronunciando la frase a la vez que él, mientras le ahueca la almohada y le ayuda a acostarse.


—Pandorian —dice él, confuso.


—Sí, Pandorian —contesta ella, mientras le introduce la pastilla en la boca y le inclina la cabeza para que pueda beber.


© Pedro Alcoba González 2022