viernes, 11 de junio de 2021

Escribir un relato de misterio (relato)



Debo decir que nunca, nunca, me presento diciendo que soy gay, pero dado que para la historia que me dispongo a relatar tiene algún interés, diré que soy un hombre homosexual que pasa de los cuarenta,  gran aficionado a la montaña, y también escritor. Pero quizá el lector se haya visto atraído por el título y no le interesen mis aficiones, ni mi orientación sexual, ni mi edad. 

(Si queremos escribir un relato de misterio, primero debemos trazar un esbozo disponiendo los elementos con que elaboraremos la historia. Este relato, por ejemplo, comienza con un narrador -que es gay- presentándose, continúa con un beso y un frenazo, sigue con una mancha de sangre, entra en escena un psicópata y termina con el narrador filosofando sobre el azar y el destino en la vida).

Nuestra excursión no era numerosa. Solo éramos Marga y Pepe, novios recientes, Juan, que era nuestro guía y conductor y un servidor, Miguel, que ejercía el no siempre reconocido papel de copiloto, mientras Marga y Pepe se daban el lote a plena satisfacción en el asiento de atrás. Volvíamos de escalar el Mulhacén aquel fin de semana y llevábamos unas cinco horas de viaje de regreso en carretera hacia Madrid. Recuerdo que en aquel momento estaba absorto espiando con el espejo del copiloto el impresionante beso de tornillo que Marga y Pepe se estaban dando.  Eran algo así como las nueve de la noche, pues no habíamos salido pronto de Sierra Nevada. Fue entonces cuando el coche frenó en seco y todos creímos que el estómago se nos escapaba por la boca. Increpamos a Juan, pero él nos dijo en seguida que no había sido él, que el coche había frenado solo y que probablemente teníamos una avería importante, pues no arrancaba de ninguna manera. Y en efecto así era. En realidad, no teníamos un problema, sino dos, porque tampoco nuestros móviles tenían cobertura. Nos encontrábamos en Ciudad Real, no estábamos cerca de ninguna localidad  conocida y lo único que el navegador del coche había señalado poco antes de perder también señal era que había una gasolinera con un hotel aledaño, aproximadamente a medio kilómetro. 

(Normalmente la narración de misterio juega con poner a los protagonistas en un escenario en la que tendrán que desarrollar sus mejores cualidades para salir de una situación difícil). 

Nuestra situación era complicada, pero confiábamos en que  nuestros móviles volverían a funcionar  y nos permitirían contactar con alguien pronto. El pequeño hotel tenía, según aseguró Ramón, el chico joven que lo regentaba, diez habitaciones, pero solo nos podía ofrecer ya dos dobles (por suerte). Tras preguntarle si tenía un móvil, nos dijo tener dos, pero ninguno sin cobertura en menos de diez kilómetros a la redonda. Y no tenía internet, era un hotel de baja categoría y él estudiaba una oposición (funcionario de prisiones, si os lo estáis preguntando, muy apropiado).

Marga y Pepe cogieron una habitación y Juan y yo compartimos la otra (sí, él sabía que yo era gay y no, no le importaba nada; superad vuestros prejuicios homófobos, por favor, antes de continuar leyendo). Solo entonces pudimos relajarnos un poco.

(Y ahora, con cuatro personas descansando plácidamente, porque ninguno de los cuatro quería recorrer diez kilómetros después de subir a la montaña más alta de la península ibérica,  necesitamos algo más para animar este relato. Estamos hablando de conflicto).  

Marga y Pepe, a pesar de su obvia química recíproca, como yo había comprobado en el coche, estaban en crisis en su relación. Marga era casi una adicta al sexo, y Pepe era una persona mucho más tranquila en ese aspecto (supera algunos prejuicios otra vez, lector, si pensabas que era al revés).  Así que Marga le había propuesto serle infiel solo físicamente, traicionarle si acaso con su cuerpo, mientras su alma permanecía unida a él como constructor chanchullero a político corrupto. Les oíamos discutir al otro lado de la habitación. Y yo compartía con Juan una confidencia sobre que es muy difícil para mí tener una pareja estable, que había sido mi deseo desde siempre. Él me decía que su deseo desde siempre había sido escalar el Everest, cuando descubrió algo en el suelo. Se trataba de una mancha de sangre reciente (quizá del día anterior). Lo sabía porque se acercó a ella y porque Juan era no solo una de las personas más preparadas físicamente que conozco,  montañero avezado con cuerpo hercúleo, sino también un experimentado cazador que sabía reconocer la sangre fresca cuando la veía. Aquello era sencillamente inaceptable, y decidió ir a la recepción a reclamar.  Cuando se fue, empecé a oír al otro lado de la pared de papel del hotel a Marga:

—¿Por qué te niegas? Pepe, te juro que ni una pequeña parte de mi corazón estará con él. 

Según pude escuchar, Marga había elegido a su profesor de yoga para ser infiel a Pepe solo una noche, y después se cambiaría de escuela, para no volverle a ver nunca más.

—Si haces eso, Marga, yo que tú intentaría volver a verle, porque al que no verás nunca más será a mí. Lo siento, no puedo ceder en esto. Te quiero de verdad. Me mataría si supiera que lo has hecho.

—¡Pero yo te quiero también! Pepe, ¿por qué no eres un poco más flexible?…

-¡Para flexible el profesor ese tuyo...!

Sé que esto está derivando a una telenovela romántica un poco subida de tono, así que os ahorraré el resto de la conversación. Solo diré que esperé más de veinte  minutos a que Juan volviera; y que cuando decidí ir a buscarle alguien me golpeó y caí inconsciente.


(Este tipo de momento requiere un renglón en blanco que se utiliza para indicar el paso del tiempo. El cambio de escenario aporta variedad y conduce el relato hasta el tramo final).

Cuando recuperé el conocimiento, los cuatro estábamos maniatados en una habitación bastante oscura en la que Ramón había cambiado su expresión desde que nos recibiera, y nos miraba con una cara un tanto alucinada. Iba vestido completamente de negro, llevaba guantes (probablemente para no dejar huellas en nuestros cuerpos si tuviera que deshacerse de nosotros, lo sé porque leo muchas novelas de misterio) y tenía a sus espaldas algunos instrumentos un tanto inquietantes: un rifle, un bate de béisbol, un hacha y una sierra mecánica. Como comprenderéis, lo de un tanto inquietantes es un eufemismo. Nos dijo, con una voz de sonado que hubiera asustado al mismísimo Norman Bates.

—Estoy aquí para dar cumplimiento a vuestros mayores deseos, que habéis manifestado esta noche.

No me demoraré en muchos detalles sobre por qué aquel tipo creía que podía concedernos nuetros deseos, si es de verdad que lo eran (el relato de misterio al fin y al cabo es heredero del policiaco, y lo que nos interesan son los hechos, no hacer un psicoanálisis a los personajes). Solo explicaré algunas cuestiones prácticas. Aquel pirado tenía un inhibidor que anulaba las señales de  los móviles. Además, había instalado micrófonos en todas las habitaciones, había deducido que el mayor deseo de Juan era escalar el Everest, el mío tener pareja,  el de Marga acostarse con otro hombre; y el de Pepe si Marga se acostaba con otro hombre… bueno,  pues morirse. 

—No puedo satisfacer nada que no sea dentro de este hotel, pero todo lo demás puedo hacerlo —continuó el pirado, con su monserga solemne.

Y, ni corto ni perezoso, cogió en aquel momento su rifle y disparó a bocajarro al corazón de Pepe, que murió en el acto. Este hecho provocó las lágrimas, gritos y rabia instantánea de Marga, que desarrolló una fuerza sobrehumana en aquel mismo momento y, arrastrando con ella la silla, se abalanzó sobre nuestro captor. Aquel tipo tenía reflejos, pues cogiendo con rapidez el bate la abatió (nunca habréis leído un verbo más apropiado, lectores) de un solo golpe. Me ahorraré detalles de las absolutas tonterías sin sentido que nos dijo y de cómo intentamos razonar con él. Solo diré que nos obligó a tirar unos dados, a Juan y a mí y que yo gané en aquel juego absurdo (5 y 3 contra 4 y 2). Acto seguido, y con el mismo bate, nos dejó tan inconscientes como a Marga. 


(Y de nuevo  tenemos el mismo recurso del renglón en blanco que conduce al escenario final)

Nuestro siguiente escenario es una habitación de hotel. Marga yace desnuda boca arriba en la cama y yo estoy sobre ella, también desnudo, nuestros brazos y pies están atados a las patas de la cama y nos ha amordazado tan fuerte que ninguno podemos hablar. Juan nos mira con una expresión de rabia desde una esquina de la habitación, inmovilizado con cuerdas y amordazado también.

—El deseo de esta mujer es tener sexo con otro hombre. Tu deseo es tener una pareja, y has salido ganador en el juego. Os concedo un comienzo para vuestra historia de pareja. ¡Ahora hacedlo!

Aquel loco quería que yo, gay, tuviera sexo con Marga, adicta al mismo. Aquí debo hacer un paréntesis para decir que nunca en mi vida me he visto atraído por una mujer ni he tenido la menor intención de acostarme con una. Marga me miraba  con una expresión de angustia, más por Ramón que por lo que yo pudiera hacer que, la verdad, podía hacer más bien poco.

—¡Hacedlo! —repitió— Y cogió estaba vez la sierra mecánica y la puso en marcha. —¡O acabaré con los dos de un solo tajo! —Y de verdad que lo intenté, aunque no era precisamente el tipo de situación relajada y chispeante propicia para el sexo. Pero es que no podía, sencillamente la excitación era imposible por varios motivos. Intenté zafarme de la mordaza, pero no lo lograba. Miré a Ramón, e intenté decirle lo que pasaba, sin que él entendiera nada, hasta que en un momento determinado, en un grito que salió de lo más profundo de mi corazón, conseguí atravesar con el sonido la mordaza y llegar a sus oídos:

—¡Soy gay! ¡Gay!— Grité. Ramón se quedó mirándonos, pero no sabía qué iba a hacer, si matarme solo a mí, a los dos, o acabar con los tres en una orgía de violencia. (Que habría dado mucha truculencia a la historia, pero ninguna resolución lógica). Apagó la sierra mecánica, la dejó caer, se acercó a mí y me quitó la mordaza, luego llevó la mano a mi cara y me observó, con una mirada que no supe como interpretar, hasta que finalmente acercó sus labios a los míos y me dio un profundo beso, que no esquivé, más por sorpresa que por otra cosa, porque el tipo me resultaba repulsivo.

—Yo también —dijo—. Te he estado esperando tanto tiempo… 

Mi desesperación llegó a cotas inimaginables. Aquel psicópata estaba enamorándose de mí, y así daba además cumplimiento a lo qué había deducido era mi deseo. No había solución para aquello, yo no sabía que hacer, cuando Ramón recordó algo, y dijo:

—Entonces,…¡Será  el otro el que lo haga con la chica! —y se giró. Pero solo fue para encontrarse con una escopeta de cañones recortados que le apuntaba directamente al pecho desde una esquina de la habitación. Era Juan , claro que era Juan, se había zafado de sus ataduras, aunque no de su mordaza, y disparó en el acto, atravesó a Ramón el pecho y acabó con su vida. (Momento de sorpresa en que el lector debe asimilar lo que ha leído).  Luego se quitó la mordaza  y dijo:

—Con todos los respetos, Miguel, con este tío mariconadas las justas. 

Solo diré que aquel día pasaron muchas cosas: yo corroboré que era tan gay, que ni siquiera para salvar mi vida había logrado excitarme junto al cuerpo desnudo de una mujer; Pepe murió y Marga se quedó sin él; y  a partir de entonces preferiría dejar a sus futuras parejas, antes que demandarles lo que no quisieran darle libremente. Por último, descubrí algo respecto al azar y la naturaleza humana cuando Juan me confesó que él sí se habría excitado, y mucho, porque Marga le atraía poderosamente hacía meses. Si el resultado de los dados hubiera sido diferente, probablemente ninguno de los tres habría vivido para contarlo. Aquella noche nos unió para siempre. Seis meses más tarde, Marga y Juan se emparejaron, mis relatos, no sé por qué, empezaron a tener una impronta que me granjeó más lectores hombres —hasta ahora mi público habían sido mujeres—, pero sobre todo se llenaron de reflexiones acerca del azar y el destino. Porque aquel día descubrí que una simple  y fortuita tirada de datos puede determinar nuestro destino para siempre.  

(Fin del relato). 


© Pedro Alcoba González 2021.