miércoles, 1 de julio de 2020

21 gramos: el equilibrio inestable de la narración posmoderna

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La película se abre con una escena de cama. El sol ilumina un lecho en el que acaba de pasar algo entre dos de las protagonistas. Pronto, sin embargo, vemos al protagonista intubado en un hospital, y aparentemente al borde de la muerte, y un poco más adelante arrastra una bombona de oxígeno por su casa, siendo ayudado por otra mujer diferente a la de la primera escena. Otro de los protagonistas alecciona a un joven sobre la importancia de seguir el camino recto de Jesús. Poco después, vemos al mismo protagonista con otro corte de pelo y mucho más desaliñado trabajando en una obra… La mujer que hemos visto en la primera escena está en un grupo de autoayuda, pero pronto descubriremos que tiene un marido —un hombre diferente al de la primera escena, y dos hijas—. ¿Tiene un amante? 

 Poco a poco el confuso espectador se va abriendo camino en una historia increíble, que solo al final de la película podremos reconstruir en su totalidad. Porque Guillermo Arriaga ha optado por dislocar la estructura al estilo de Tarantino en Pulp Fiction, la ha roto en fragmentos de cuyo orden dispone a su antojo, y le toca al espectador ordenarlos y rellenar los huecos que faltan. Un hombre contempla pensativo a una mujer, después de hacer el amor. En 21 gramos es como si todo hubiera sucedido después. Después de una operación, después de un aborto, después de un accidente.  Quizá la única escena de verdadero calado que vemos, por sus consecuencias, es la del hombre y la mujer del comienzo haciendo el amor (esto no se nos hurta). Porque, como en muchos casos en la narración moderna, se eluden lo acontecimientos principales (la operación, el aborto, el accidente). Sin embargo, el espectador no lo echa en falta. Es una película que apela más a la reflexión que a dejarse llevar, se exige una postura activa, como su misma forma de narrar pide. No tanto los momentos críticos o inesperados, como sus consecuencias y lo que supone vivir con ellas. No obstante, intentemos reconstruir algo de la historia:

Paul Travers  (Sean Penn) está enfermo del corazón y está en lista de espera para recibir una donación de órganos. mientras su pareja Mary (Charlotte Gainsbourg) trata de ayudarle y no dejarle caer en la desesperación. Por otro lado,   Jack (Benicio del Toro) es un converso que fundamenta su vida en la religión cristiana, después de un pasado turbulento, aunque sus métodos para evangelizar a otros son poco ortodoxos. Por último, Cristina (Naomi Watts) es una mujer a la que suponemos una seria adicción en el pasado que vive ahora, felizmente casada y con dos hijas, una vida estable y confortable. Pronto, el azar fortuito va a unir las vidas de estos tres personajes, y el empeño de uno de ellos va a hacer que el cruce de los personajes no sea una mera coincidencia, sino que los acontecimientos van a ser forzados para que los sucesos fortuitos liguen a los tres protagonistas en una encrucijada de emociones, vínculos y decisiones de la que va a ser muy difícil salir. 
(Advertencia: Si bien se han omitido deliberadamente detalles argumentales hasta ahora, no prometo nada a partir de este momento, por lo que recomiendo haber visto la película para seguir leyendo)

Naomi Watts es Cristina

 Cuando llevamos apenas 15 minutos de película, la violencia que conocíamos en el director Alejandro González Iñarritu y el guionista Guillermo Arriaga en su anterior película (Amores Perros)  hace de nuevo su entrada y vemos a Paul  lleno de sangre mientras una asustada Cristina (cuyo vínculo aún no conocemos) le trata de ayudar como si él fuera lo más importante de su vida. En la escena siguiente, bien vestido y aparentemente lleno de salud curiosea los alrededores de la vida de Cristina.  A esas alturas ya nos habremos dado cuenta de que 21 gramos tiene una historia lógica, pero el guionista ha optado por saltar continuamente de unos momentos temporales a otros. Tres personajes aparentemente sin relación en unas escenas tienen sólidos vínculos en otras. No será hasta el minuto 25 que descubriremos que la tragedia de un terrible accidente cruza las vidas de las tres personas y 5 minutos más tarde nos enteramos que es Jack el que lo ha causado. A partir de ahí podemos ordenar las vidas de estos tres personajes entre antes de ese accidente y después. Los autores de esta terrible historia no nos hurtan la tragedia de la muerte de un hombre, y las difíciles decisiones que hay que tomar en esas circunstancias. 

A partir de ese momento empieza el después. Para Jack, después de un acontecimiento que ha truncado su nueva vida de converso. Para Cristina, después de que el centro sobre el que gravitaba su vida desapareciera. Y para Paul, al fin, después de que tenga una segunda oportunidad para vivir. A partir de ese momento, será este personaje el que remueva cielo y tierra para unir destinos que deberían haber estado separados. Y lo increíble es que, en una situación claramente marcada por el azar, surge un vínculo poderoso entre dos personajes, más si cabe que el que tenían cada uno de ellos con sus respectivas parejas.

Sean Penn es Paul Travers en la película

Si visionáramos la película como una historia convencional, podríamos describirla como la historia de dos personas que se han recuperado de un pasado equivocado, y a los que la mala fortuna devuelve a un camino del que esperaban haber salido (la cárcel para Jack, la droga para Cristina). Pero en 21 gramos hay algo más, el hecho de que todo acontecimiento puede tener otra cara, que aquello que parece a todas luces malo (y lo es) no tiene por qué serlo del todo. Paul aparece en las vidas de Cristina y Jack y de manera inconsciente les hace ahondar en un vínculo que se creó de una manera azarosa, y tratar de resolver de algún modo la situación.  Hay un momento terrible en la película, exactamente en el funeral de la familia de Cristina, en que su padre intenta consolarle “Cariño, la vida continúa”, y ella le responde algo que debe pasar por la mente de todo el que pierde a un ser querido “No, eso es mentira. La vida no sigue como si nada…” Por eso hay algo intenso que debe pasar en sus vidas, para que puedan seguir con ellas.

Las vidas de Jack, Paul y Cristina no siguen como si nada. El mundo moral de Jack se ha derrumbado, en la historia de pareja de Paul solo quedan cenizas, y la vida de Cristina es imposible que siga igual. Lo asombroso de la historia de Arriaga es que el espectador pueda llegar a comprender la relación de Paul y Cristina, cuando resulta ilegal lo que hace Paul y en cierto modo es inmoral. Sin embargo, relaciones más complejas se han visto en la vida real, y por eso la historia de Arriaga es tan brutalmente realista. Tanto, que no nos sorprende que de una encrucijada terrible en tres vidas diferentes, salga una nueva vida.  Cuando llevamos más de una hora y media (exactamente 1:38:24) volvemos a la misma escena del comienzo. Paul contempla a Cristina. 

 [un mucho más exhaustivo análisis de los planos en este interesante estudio de Alejandro Rodríguez Chiappacase]

Los únicos acontecimientos en los que se reconstruye el orden lógico en la historia son los últimos diez minutos de la película. El paso de la vida a la muerte (los 21 gramos que perdemos), pero también de la muerte a la vida es lo que se impone. Y entonces entendemos no solo toda la historia, sino también lo que está por debajo: el valor de una vida  y el sentido que le podemos dar, lo que a tan alto precio han tenido que pagar Jack y Cristina para aprende y lo único que Paul, quizá, sepa de verdad.

Hay que reivindicar el importante papel que juega
 el guionista Guillermo Arriaga en la concepción de la película


Me gustaría destacar la asombrosa dirección de Iñarritu, que encuentra el tono justo para dirigir a los actores y elegir el momento donde terminan las escenas, esa maestría que demostró con creces también posteriormente; y también una de las fotografías más adecuadas que he visto, en la que en todo momento parecemos percibir lo fugaz que es todo, con esos planos bañados de luz natural tan intensa, que en cualquier momento parece querer abrasar la escena y los personajes. Un código sabiamente utilizado para iluminar a un personajes que está entre la vida y la muerte (Paul). Y sería absurdo negar la maestría interpretativa de Sean Penn, con capacidad para encarnar a un enfermo terminal, un moribundo y un hombre enamorado, y de Naomi Watts, que compone una Mary relajada en unas escenas, continuamente al borde del colapso nervioso en otras, y totalmente desesperada en las más intensas. También Benicio del Toro imprime intensidad a su atormentado personaje. En una película con una historia  tan desordenada como esta se ve claramente la versatilidad que necesita un actor, no solo para interpretar a diversos personajes, sino también los diversos estados por los que pasa un personaje.

Sin embargo, si en Amores Perros (2000) no está tan claro, creo que en 21 gramos la película pertenece sobre todo al inmenso guionista que se revela Guillermo Arriaga, no solo al conseguir narrar una historia excepcional, sino al encontrar una forma original de contarla sin que el espectador se pierda del todo, a pesar de su complejidad. Si bien Alejandro González Iñarritu tocaría más adelante la gloria con la exuberancia formal Birdman (2015) o la grandeza y ambición  como cineasta de El renacido (2016), fueron probablemente sus primeras películas con Arriaga las que le dieron su mayor equilibrio como contador de historias, como demuestra a las claras 21 gramos.

© Pedro Alcoba González 2020.