viernes, 24 de abril de 2020

Parásitos ha abierto paso a un nuevo concepto de cine mundial



Parásitos (Bong Joon-ho, 2019), llamó la atención del público mucho más de lo que lo había hecho anteriormente, al hacerse con  cuatro Oscars principales en 2020, incluyendo mejor película. Anteriormente había logrado la Palma de oro en Cannes, y un Globo de oro, siendo nominado a otros dos. Pero es sabido que el gran público se mueve sobre todo por los premios de la meca del cine, y no fue hasta que consiguió el Oscar más importante, que el público acudió en masa a ver esta película brillante y original, muy diferente a la mayoría de los filmes que se ven en nuestras pantallas. 

Para empezar, la película plantea un contraste entre dos familias, sirviéndose de los espacios para  colocar a los Park en una esplendorosa y luminosa casa, mientras los Kim viven prácticamente en el subsuelo. (El valor metafórico de este contraste, pues muchos parásitos se esconden debajo de las piedras, o bajo el suelo, en el que se ahondará durante la película, ya es deslumbrante). La historia sigue apretando las tuercas de la pobreza cuando los Kim aceptan trabajos precarios y también que gaseen su domicilio, para librarse de las chinches.  A partir de que el amigo adinerado de Ki-woo, el hijo de la familia, le ofrece las clases particulares en casa de los Park (aparte de regalarle la piedra de erudito, que cobrará valor dramático durante la película), se produce una conexión entre dos mundos que en circunstancias normales no deberían estar conectados. Gracias al ingenio sobre todo de Ki-woo y su hermana Ki-jeong, la familia va introduciéndose en el mundo de los Park, poco a poco, trabajando para ellos con identidades falsas. A medida que va avanzando la trama, el guión va intensificando dramáticamente la situación, produciendo cada vez una tensión mayor entre la familia rica y la pobre. La primera, totalmente ignorante, y la segunda, consciente de todo. A partir aproximadamente de la mitad de la película el guión tiene un revés asombroso, que descoloca  y deslumbra al espectador, y a partir de ahí no deja de subir dramáticamente hasta el único final coherente y al mismo tiempo inesperado. Para no desvelar elementos argumentales, dejaremos ahí nuestra revisión de la trama, pues una de las mayores bazas de la historia es un guión absolutamente brillante.

Hay muchas cosas que decir de  Parásitos. La primera, y obvia, es que Hollywood por fin se ha rendido a los cines periféricos a los Estados Unidos. Se resistieron al no conceder a Roma (Alfonso Cuarón, 2018) el Oscar a la mejor película el año anterior, pero sin duda influyó el hecho de que fuera una producción de Netflix, como hemos dicho con anterioridad. Sin embargo, uno de los jurados cinematográficos más conservadores, no ha podido sustraerse a reconocer los valores del guión, la dirección y el montaje, entre otros, de la producción surcoreana.

¿Qué contiene Parásitos para ser una película tan lograda? 

Un guion magistral

Primeramente, es evidente lo acertado del guion de Bong Joon-ho y Han Jin-won. No solo porque tenga una idea original y brillante (la introducción de una familia tremendamente pobre en el universo de una tremendamente rica), narrada de manera verosímil, mediante el ingenio de los pobres para robar a los ricos. Tampoco porque el diseño de personajes sea realista, con un casting muy acertado (quien dijo que para los occidentales todos los asiáticos se parecen no ha visto esta película). Parásitos es una obra maestra porque el director no se conforma con tener una idea magistral, sino que además le saca todo el partido posible. La progresión dramática, tras un tramo inicial en el que sentando las bases de lo que desarrollará luego,  va in crescendo sin dar tregua al espectador.   Desliza elementos narrativos que siembra en el primer tramo de la película  (la piedra de erudito,  o el detalle del olor de la familia, que capta el hijo menor, Da-song, o la misma “enfermedad” de este), para recuperarlos dramáticamente en el segundo tramo.  También los diálogos, esenciales para un buen guion, están muy cuidados, y de ellos dan buena muestra las conversaciones entre Ki-jeong, haciéndose pasar por una especialista en arte, con la señora Park, son casi de comedia, mientras que los que tiene Ki-taek, en su papel de chófer, con el señor Park, merecen figurar en una antología de escenas sobre diferencias sociales.  

Pero, no contento con eso, el director guarda otra sorpresa que levanta la historia a la mitad de la película, cuando la mente del espectador ya se ha hecho a la idea narrativa (una historia de ricos y pobres), dando una vuelta de tuerca inesperada, que logrará resolver con acierto en el último tercio del film. Manejar todos los personajes de que dispone en el tablero, y darles una salida coherente -e inesperada en algunos casos-, no es solo obra de un guionista brillante, es también magistral por el trabajo al que se ha sometido al guion.

El director coreano Bong Joon-ho


Una dirección brillante

Pero habría que detenerse también un poco en la realización de la película. Ahí es donde Bong Joon-ho se revela como un director de talento. Cómo elige el punto de vista de la cámara, cómo utiliza la focalización de los móviles, por ejemplo, en la escena en la que un borracho se orina frente a la casa de los Kim, y cómo la cámara muestra en planos abiertos la mansión de los Park, para acentuar el contraste con los espacios claustrofóbicos y saturados en lso que viven los Kim, nos hablaría ya de un director con oficio. Pero además, cuando debe resolver como si fuera una película de intriga la trama que urde la familia para deshacerse de uno de los sirvientes de la familia Park, lo hace también con acierto. A medida que va avanzando la película, vemos que los detalles gestuales de los actores, cómo se tocan y cómo (¡qué hallazgo!) se huelen, son totalmente significantes. La interpretación está a la altura en el cuadro actoral, y sobre todo están en perfecta sintonía. Nos creemos tanto a los sofisticados Park y sus amigos, como a los humildes y paupérrimos Kim. Bong Joon-ho resuelve bien desde una simple conversación en plano-contraplano, hasta la locura que emerge en alguno de los personajes a lo largo de la película, y muestra por fin su maestría para manejar masas de actores y hacerlo de manera creíble (un desafío para un director) en el último tramo de la película. 

El elefante en la habitación

Por último, destaquemos la relevancia de Parásitos en nuestro momento actual. Quizá la película no hubiera logrado el mismo impacto, si no metiera el dedo en la llaga de la situación que vive el mundo vive a nivel global. Un país occidentalizado como Corea del sur, aunque esté en el lado del mundo asiático, es también presa de la desigualdad que el capitalismo desbocado ha provocado en la sociedad. Y como es algo que reconocemos también en los países occidentales. Según el índice de Gini, que representa con 0 la equidad perfecta en el reparto de ingresos y gastos en individuos en un país y 100 la inequidad máxima,  en los últimos diez años, muchos  países  —incluidos los EE.UU., que están por encima de 40— mientras que ninguno logra estar por debajo de 25.  A pesar de que hay enormes riquezas en muchos países, grandes masas de población viven en la miseria, no digamos ya a nivel de contraste entre unos países y otros. Por eso, a pesar de que la humanidad ha evolucionado en muchísimos campos (sanitario, tecnológico, científico,…), la desigualdad sigue siendo un tema tan actual como en la época feudal. No solo eso, las crisis económicas recientes del capitalismo han acentuado aún más la desigualdad.  El cine norteamericano, fabricado en una sociedad  basada en el éxito como uno de sus valores paradigmáticos, lo tenía más difícil para hacer una obra maestra con este mismo tema. Si bien su cine se ha ocupado de la pobreza en otros países, a Hollywood le ha costado mirar en su propio patio trasero para mostrar la desigualdad social, porque uno de los  principios de su sociedad es que cualquiera puede cambiar de clase social, con el empeño y el talento suficiente. La desigualdad social ha sido siempre para el cine de Hollywood el elefante en la habitación al que rara vez se señala. Y Parásitos es la prueba de que el cine de ninguna cinematografía, por potente que esta sea, es suficiente para mostrar la realidad del mundo complejo que vivimos. Y por eso abre paso a un nuevo concepto de cine mundial.

Narrando la historia de estas dos familias, los Kim y los Park, de manera tan magistral como lo han hecho, los artífices de Parásitos han puesto en primer plano un tema urgente e importante, como lo hizo el Neorrealismo Italiano en los cuarenta con el fascismo, el cine clásico de Hollywood con la corrupción en los cincuenta, o en nuestro país el cine de Buñuel, Berlanga o Bardem con la hipocresía de los distintos tipos de burguesía (por cierto, podemos situar a la genial Plácido -Luis García Berlanga, 1961- como una película que trata la misma temática, en otra época y contexto).  

En definitiva, Parásitos es una película con un guion magistral, una dirección brillante, y unos actores en perfecta sintonía, al servicio de una historia que da en la diana con uno de los temas críticos de nuestros tiempos. Y ha logrado invertir el etnocentrismo de los norteamericanos a la hora de valorar el cine mundial, sentando las bases para una producción cinematográfica cada vez más global y descentralizada. 

Ineludible, no solo para comprender nuestra sociedad, sino también la evolución del cine de las próximas décadas.


© Pedro Alcoba González 2020.