domingo, 25 de abril de 2021

Mank resucita el Hollywood clásico, en fondo y forma

La última apuesta de NetFlix para conquistar la meca del cine es Mank (David Fincher, 2020), una pieza que encantará a los cinéfilos sobre el guionista Herman J. Mankiewicz (no confundir con su hermano Joseph L. Mankiewicz, también guionista y luego director). Si ya hablamos hace un par de años sobre el intento fallido con Roma  (Alfonso Cuarón, 2018) de llegar a lo más alto, ahora lo vuelve a intentar con una cinta que habla sobre todo de los entresijos de los grandes estudios (las “majors”) en la época dorada de Hollywood (los años treinta y cuarenta). Es una ironía que sea precisamente una plataforma de streaming quien haya producido una película sobre un modelo de hacer cine totalmente opuesto al suyo. 

Aparte de esto, Mank hará las delicias de cualquier espectador al que le guste el cine clásico, o el cine en general, desvelando la tortuosa historia que dio al luz el guion de Ciudadano Kane, una de las mejores películas de la historia a juicio de los críticos.   Resumamos un poco el planteamiento de la película:


Un escayolado Herman K. Mankiewicz es llevado por los productores de la RKO a una casa perdida, alejado de su familia, del alcohol y de su entorno profesional, salvo una secretaria y una fisioterapeuta, para que escriba el guion de la que será Ciudadano Kane para Orson Welles.  Mankiewicz ha accedido a ello en un momento crítico en su carrera, en que los grandes estudios le dan la espalda por un pasado que la película procede a contarnos en numerosos flashbacks. El primero y más largo de ellos transcurre en 1934, y nos narra cómo el guionista conoció a Hearst y su amante Marion Davies, aparte de otros importantes personajes alrededor de la M.G.M., como el poderoso director de los estudios Louis B. Mayer o el brillante productor Irving Thalberg. A partir de ahí, la narración va alternando entre un presente en que conocemos detalles de la vida del propio Mankiewicz y su delicada situación personal y profesional y los que le rodean, y el pasado siete años atrás. La historia narrada en el pasado es mucho más interesante, desvelando los detalles de un enfrentamiento político por el puesto de gobernador de California entre el demócrata Upton Sinclair, conocido como periodista y escritor, y el republicano Frank Merriam, apoyado por los grandes estudios.  También conocemos el papel que juega el  magnate y periodista W.R. Hearst y el  jugador, bebedor y brillantísimo guionista Mankiewicz, cuya lengua ácida y talante provocador le juega más de una mala pasada dentro del complejo sistema de los grandes estudios de Hollywood.


Primeramente, debo advertir que cualquiera que haya soñado, reído y llorado con el cine clásico de Hollywood no puede ser imparcial con esta película, que revive ante nuestros ojos no solo el esplendor de los grandes estudios de California, sino también muchos de los recursos narrativos audiovisuales del cine clásico. Ahora bien, quizá sea conveniente tomar un poco de distancia del placer que se experimenta al ver de nuevo en pantalla el Hollywood clásico, para juzgar lo que es la película para el espectador que no tiene esta simpatía por el cine  norteamericano.



Gary Oldman, caracterizado como Herman J. Mankiewicz

Porque, ante todo, Mank es un ejercicio de nostalgia hacia una época que ya no volverá, en que los directores de los estudios eran dioses, los guionistas y directores profetas y los actores, estrellas en el firmamento. Esta época de grandísimas producciones que vio nacer Lo que el viento se llevó o Casabalanca, y que tiempo más tarde daría lugar a películas que mostraron el propio mundo del espectáculo, como Cantando bajo la lluvia,  Eva al desnudo o Cautivos del mal. Y precisamente en la senda de estas dos últimas, pero con una aproximación menos glamurosa y más realista, va Mank. Es audaz elegir un guionista como protagonista de una película de estas características (y no un director o un actor). Sin embargo, ahondando en un camino ya iniciado con Trumbo (Jay Roach, 2015), el cine actual tiende a revisar esta a veces olvidada pero influyente figura del cine.


Y Herman K. Mankiewicz es un excelente ejemplo, no solo por su  lengua afilada y personalidad, ya de por sí un espectáculo (un hombre capaz de jugarse miles de dólares a acertar el tiempo que tarda una moneda en caer al suelo), sino también por el papel que jugó en la industria. A juzgar por la película, el guionista era tanto mente brillante como un provocador nato. Y para reflejar la historia del hombre que concibió los saltos temporales de Ciudadano Kane, el guionista de la película, Jay Fincher (padre del director), ha elegido el mecanismo del flashback con continuos saltos atrás y adelante entre el Hollywood de 1934 y el de 1941. Con esto debemos advertir, que debido a la cantidad de información que se vuelca en los diálogos y los continuos saltos en el tiempo, es una película que requiere concentración para no perderse. Una  atención distraída se perdería algunas de las joyas de la película, algunas de las frases del diálogo, sobre todo el protagonista, que no duda en ironizar, criticar y reírse de los que le rodean,  hasta que él mismo acaba convirtiéndose en una persona devorada por su personaje. La película nos sumerge en esa montaña rusa que fue la carrera de un hombre siempre luchando por mantenerse a flote entre su adicción a la bebida, su talento para escribir guiones y su afilada crítica a la industria que le dio sus mayores éxitos. Entre los aciertos del guión, mostrar al personaje por contraste no solo con sus enemigos, sino también con sus personas más cercanas y queridas e incluso de aquellas a las que decide ayudar de modo altruista (por cierto también característica del guión de Ciudadano Kane). También por supuesto, el uso de unos brillantes diálogos que no solo nos cuentan lo que pasa, sino que también describen la personalidad de los personajes y los conflictos entre ellos.  Entre las flaquezas, quizá, el abuso del salto temporal, que las primeras veces fascina, pero que en un metraje de más de dos horas puede acabar cansando al espectador no habituado. Sin embargo, no es este un defecto del mismo guión sino, a nuestro modo de ver, una elección para tratar de condensar “todo” en poco más de dos horas, a costa quizá del trabajo del espectador (como el mismo Mankiewicz dice en la película respecto al guión que está escribiendo). Cine, por tanto, dentro del cine, un ejercicio de metanarrativa que no dejará indiferente y que es complementado con una brillante dirección, de la que hablaré a continuación.



El director David Fincher


Porque, si el guión es preciso aunque algo denso, la dirección de David Fincher no le va a la zaga. Fincher es un gran director, como ya ha demostrado con películas tan diversas como Seven (1995), El curioso caso de Benjamin Button (2008) o La red social (2010). En este caso, pone su talento al servicio de reproducir la técnica narrativa del cine de los cuarenta. En ese sentido, el espectador amante del cine clásico reconocerá los fundidos a negro por ensombrecimiento gradual al final de las escenas, las secuencias de montaje  de fiestas en que aparecen copas de champán superpuestas en sobreexposición o el subrayado musical que acompaña al actor al volante mirando a cámara cuando se presupone una tragedia. Se ve un esfuerzo claro del diseño de producción por lograr reproducir una época, y una estudiada fotografía en blanco y negro que logra a base de luces y sombras (otra marca de la casa de cierto cine clásico) describir claroscuros la profesión el cine. Otro de los logros del Fincher director es la apertura de las escenas con esos rótulos que simulan la escritura de un guión. En suma, un puñado de recursos de un director con mucho oficio, con la ayuda de un brillante montaje, que evocan en el espectador no solo una época, sino también un modo de hacer cine. No desmerecen las grandes escenas de fiesta y la mirada del director sabe acercase también a detalles como la caída de un pañuelo que desvela un llanto simulado, o el personaje que saca una petaca para añadir una dosis de alcohol a una escena totalmente dañina. David Fincher  se entrega con cuidado y atención a un guión complejo, y sale airoso del doble reto de contarlo todo y reflejar una época, tanto en fondo como en forma. 


El cuadro de actores es también brillante, sobre todo por cómo reflejan de manera convincente una forma de comportarse y de estar en el mundo: la de los directores, productores, guionista y en suma gentes del cine en su época dorada. El casting es muy afinado,  al elegir actores con cierto parecido físico, como en el caso de Charles Dance como Hearst o Amanda Seyfried como Marion Davies. Sobre todos ellos, por supuesto, destaca un Gary Oldman  que despliega el magnetismo y riqueza de matices de un actor con dilatada experiencia, que ya ha demostrado brillantez para encarnar personajes históricos con su magistral Churchill  en  El instante más oscuro (Joe Wright, 2017).



Amanda Seyfried interpreta a Marion Davies


Mank es una película que quizá no logre el éxito del gran público, pero apasionará a los cinéfilos. No he visto la que es favorita (Nomadland), pero conociendo la media de edad de los votantes de los  premios Óscar y su cierta predilección por el metacine, no sería raro que se llevara algunos galardones. Mank hace un gran esfuerzo por reflejar visualmente una época que ya se ha ido, y solo por eso merece ser premiada, aunque también puede ser penalizada (como pasó con Roma), por el hecho de haber sido lanzada por una plataforma digital.


© Pedro Alcoba González 2021.

domingo, 11 de abril de 2021

Homenaje a Saramago


       Todavía un momento antes de que sucediera, algo le indicó a la mujer que se dirigía al trabajo que iba a pasar, fue como una sensación detrás de su oreja, que la avisaba de un peligro, y al poco aquella lluvia de copos que parecían nieve pero no lo eran, como de algodón brillante y muy ligero, que se depositaba sobre la calle. Tuvo tiempo a duras penas de refugiarse bajo un voladizo de la fachada de un edificio, y desde allí pudo ver todo, Hagan algo, gritó, aquel hombre se está muriendo, porque lo estaba viendo, al hombre le faltaba aire y no podía respirar, agonizaba en plena calle y nadie decía nada, pero poco a poco iban cayendo los demás, incluso uno que fue a ayudarle, seguramente un médico, al tomarle el pulso, empezó a ahogarse también. Luego se supo que la piel de los que habían sido tocados por los copos transmitía la infección al instante y aquellos que tuvieron el primer impulso humanitario de asistir a los que caían,  protegiéndose de ellos con un abrigo, cayeron también víctimas del mismo mal al poco de entrar en contacto con los caídos. La mujer que se dirigía al trabajo no tenía ninguna otra habilidad especial, pero a veces la habían dicho que tenía presentimientos, como un sexto sentido para las situaciones de peligro. Así que también esto lo había visto venir. Estaba resguardada apenas por el voladizo y, como justo al lado estaba la entrada de una tienda, decidió entrar, eran puertas de cristal automáticas, que se abrieron a su paso; desde allí  pudo ver el caos, hombres y mujeres que, al ser tocados por los copos brillantes empezaban a respirar con dificultad, luego se llevaban la mano al pecho, y caían, Refúgiense, gritó, señalando al cielo, porque alguna vez había leído que los seres humanos solo podemos aguantar dos o tres minutos de media sin respirar, y después morimos en aproximadamente pocos minutos más. Aquella fue la voz de alarma, y hombres y mujeres empezaron a entrar sin orden ni concierto en la tienda donde estaba, al poco la arrastró la multitud que atravesaba las puertas automáticas y ya apenas pudo ver nada más, porque era de poca estatura. 

Todo había pasado en apenas media hora, había caído una tempestad de copos brillantes de nadie sabía dónde y muchas personas habían muerto. Nadie supo reaccionar hasta mucho después del primer impacto, se perdieron horas valiosas, antes de que el Gobierno, a los dos días, decretara mediante estado de alarma  que no se podía salir de los edificios, ni abrir ventanas ni puertas, hasta averiguar en qué consistía la amenaza de los “copos letales”, como se le llamó. Los copos siguieron cayendo durante varios días, y a pesar de que se demostró que solo eran letales por contacto con la piel, tan solo el ejército y los servicios de emergencia sanitaria, con trajes aislantes, se desplazaban por las calles, nadie más tenía los medios para salir sin exponerse a un riesgo letal.


© Pedro Alcoba González 2021.