miércoles, 24 de febrero de 2021

“Las muchas vidas de Mr. Nobody” atrapa La Vida con mayúsculas

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Descubrí a Jaco Van Dormael con Toto, el héroe (Toto, le herós, 1991), hace ahora prácticamente 30 años, y si lo pienso me parecía insólito que hasta ahora no hubiera visto ninguna otra película de él. Toto el héroe trataba desde las vidas cambiadas hasta la reencarnación, con una exuberante imaginación y un tono a veces naíf lleno de encanto. Recientemente, he descubierto por qué no había visto otra película de él. Entre su segundo film,  El octavo día, y el siguiente como director, Las vidas posibles de Mr. Nobody (Mr Nobody, 2009), pasaron la friolera de 13 años. A partir de ahí cogió "cierta" carrerilla y dirigió otra película en 2015 (El nuevo Nuevo Testamento). Es decir, Van Dormael ha dirigido cuatro películas en 25 años. No es raro haberle perdido la pista.


Sin embargo, el film que nos ocupa hoy, Las vidas posibles de Mr. Nobody, que he visto por una recomendación personal, y el siguiente (El nuevo Nuevo Testamento) enlazan con un sorprendente punto de vista sobre el mundo que sin duda revelan la mirada original y fresca de todo un director de cine.


En un film tan intrincado como este, es harto difícil resumir el argumento; pero hago un esfuerzo por hacerlo, sin desvelar detalles argumentales que puedan arruinar el espectador la experiencia de verlo:


Tras algunas escenas algo confusas en que vemos al protagonista, Nemo, al borde de la muerte con distinto vestuario y en distintos ambientes, damos lo que parece un salto temporal que nos permite conocer a Mr. Nobody, un anciano en el mundo de 2092, en que la humanidad ha conocido la inmortalidad, y Mr. Nobody parece la última persona que va a morir de muerte natural.  Su psicoterapeuta, como un modo de ayudarle, dado que el anciano no recuerda su nombre y se empeña en decir que tiene 34 años, le somete a hipnosis y trata de que rememore su pasado. Sorprendentemente, Mr. Nobody empieza a recordar su vida antes de su nacimiento, como un niño al que el ángel del olvido se olvidó tocarle, estando destinado a sabe todo lo que iba a vivir. A partir de ahí, llegamos al momento crítico en que Nemo niño (porque Mr .Nobody no es otro que Nemo) empieza a plantearse que su vida puede ser de totalmente diferente según tome una decisión u otra. Y empezamos a descubrir su asombrosa vida.


Avanzar más sería privar al espectador del placer de un hipnótico experimento audiovisual y narrativo. Quizá una de las claves de la película sea la primera escena, en la que una voz nos narra el experimento descrito descrito como “La superstición de la paloma”, descrito por el conductista Skinner.  Según él, diferentes palomas aisladas y alimentadas con total regularidad, desarrollarán la asociación de ciertas conductas (como agitar las alas) con la recepción de comida. Dado que la comida se da o no independientemente de lo que hagan, se denomina a esto "superstición de la paloma". Al abrir la película con esta metáfora, y luego introducirse en una historia en la que se nos descubre la importancia de las decisiones humanas para la vida ulterior de las personas, se plantea una interesante paradoja. Nemo podría vivir tres historias diferentes (o muchas más), según hayan sido sus decisiones, y de hecho la película fantasea con la idea de que podamos volver atrás en el tiempo y decir que sí a la chica a la que dijimos no, y de la que sin embargo estábamos enamorados, o por el contrario decir que no a la que dijimos sí, lo que condicionó un futuro infeliz. Pero... ¿no son las decisiones como el aleteo de las palomas? Quizá el ser humano piensa que su futuro va a ser diferente según las decisiones que tome, cuando, en realidad, hay factores externos (o internos) que condicionan poderosamente nuestra existencia. Nemo puede vivir con Anna, pero también puede vivir con Elise o con Jean. Sin embargo, al final de su vida, Nemo siempre acaba como el anciano Mr Nobody. Esta es solo una de las (posibles) reflexiones que admite la película. 


El director Jaco Van Dormael



El dilema de la elección


La película plantea este dilema desde el momento en que el pequeño Nemo empieza a plantearse que, si no tomas una decisión, todas las posibilidades permanecen abiertas. Lo cual conduce a una reflexión mucho más amplia sobre cómo nuestro árbol de decisiones nos va limitando a una realidad cada vez más concreta.  En este sentido, es muy revelador el texto que el Nemo adulto casado con Jean escribe: 


Ya se han hecho las elecciones, mi vida ha sido moldeada en el cemento. Quería lograr esto y ahora es un puto aburrimiento”. 


Lo fascinante del film es precisamente que, lejos de tomarse con dramatismo que una elección supone  siempre una renuncia, Mr. Nobody plantea una realidad en la que todas las alternativas suceden. No solo eso, casi desde el comienzo, recurriendo a uno de los programas de TV que el Nemo adulto presenta, se introduce el misterio del tiempo y la posibilidad insinuada de que no solo vaya hacia delante, sino también hacia atrás. Esta teoría es introducida con una trama secundaria en la que Nemo viaja hacia Marte para cumplir una promesa infantil que le ha  hecho Elise (por cierto, una historia de ficción, una fórmula más para establecer varios niveles en la realidad). 


Y podríamos seguir desplegando los niveles de significado de una película que habla de la tábula rasa, del principio de entropía o irreversibilidad, el "Big Crunch", la teoría de cuerdas, el efecto mariposa y muchos otros conceptos, combinándolos en una historia que no deja de emocionar, aunque esto según lo cercanos que nos sentimos a su protagonistas, en una u otra de sus variadas tramas.


El director con los actores Sarah Polley, Jared Leto, Linh Dan Pham y Diane Kruger


Imágenes para atrapar una vida


Sin embargo, hay algo que sorprende tanto o más que la original historia en Las muchas vidas de Mr. Nobody, y es la fuerza de sus imágenes. Desde el deslumbrante comienzo, en que una moneda se revela como símbolo de la decisión entre dos alternativas posibles, o el aleteo de una mariposa para mostrar la importancia del azar en las vidas de las personas, la sucesión de metáforas visuales es rica y expresiva. Desde el amor como impulsor para llegar a otros mundos (Marte), o imaginarlos;  hasta el faro como símbolo de la fijación del amor fati; pasando la grabación de película en alta velocidad para expresar la decadencia de la materia. La originalidad del punto de vista y la selección musical de Van Dormael, que ya apuntaba maneras en Toto el héroe, es tan singular, que el trabajo de los actores (Jared Leto correcto, solventes Diane Kruger  y Sarah Polley) pasa a un segundo plano, si bien están dirigidos con acierto. La mirada del director lo invade todo, y nos vemos arrastrados por sus ambientes oníricos, a veces paradójicos o incluso confusos en su superficie, pero filosóficos en su fondo.


Con la fuerza plástica y cinemática de sus imágenes y una narración que avanza a base de interrogantes, Van Dormael nos recuerda que, de todas las artes, es el cine la más apropiada para capturar el tiempo,  y en cierto modo la vida (1). Porque, en el fondo, si algo nos demuestra la película es que, al contrario que en el caso de su protagonista, la vida es limitada y solo tenemos una oportunidad para vivirla, que es lo que hace más valiosos todos y cada uno de sus preciosos instantes.


(1) Atrapad la vida. Lecciones de cine para escultores del tiempo, es el título del libro en el que el director ruso Andréi Tarkovski  desarrolló este concepto. 


© Pedro Alcoba González 2021.

Sabiduría de Oriente (Relato)

    


    Juan de Dios San Martín había sido siempre un hombre profundamente identificado con su nombre. Nacido en el seno de una familia católica hasta la médula, había sido guiado siempre por el camino de la fe, la pureza de los ideales y las obras de caridad. Iba a misa todos los días, se abstenía de alcohol, tabaco y otros vicios, no mentía nunca y trataba de hacer lo correcto en cada ámbito de su vida. Vestía sencillo y con tonos neutros: camisas y pantalones lisos, zapatos negros o marrones sin cordones, y unas gafas cuadradas de pasta que no llamaban la atención. Consideró que la vida consagrada no era para él, pero sí eligió dedicar su vida a la fe, se involucró en cursos de estudio de la Biblia y se comprometió en la asistencia a los necesitados. Se rodeó de gente devota y comprometida, y decidió no relacionarse con mujeres más allá de la sencilla amistad. A los cuarenta años, cosa rara en nuestros tiempos, se podía decir que era virgen, en el sentido más carnal de la palabra.

Su guía espiritual, viendo en él potencial, pero también cierta rigidez, decidió recomendarle asistir a unas jornadas interreligiosas en la ciudad de Córdoba, durante la Semana Santa. Allí, entre conferencia y conferencia, celebración y celebración, descubrió gente muy diversa de otras religiones: budistas de distintas ramas, musulmanes suníes y chiíes, hinduistas de distintos credos y sijs, entre otros.

Pero, de todos ellos, destacaba a sus ojos una joven hindú llamada Alisha. La primera vez que la vio, con su tez oscura y sus ojos negros, su bindi de color rojo cuidadosamente pintado en su frente, y su sari de intenso color violeta, una energía vital, tierna y preciosa, se despertó dentro de él. Unas veces, la sentía cuando el vientre de Alisha asomaba bajo su sari, o sus pies sencillamente vestidos por unas sandalias de tiras brillantes surgían de entre sus pliegues. Otras, por la armonía de sus gestos y la elegancia de sus movimientos. Al fin, cuando le sonreía observándole con una mirada directa e intensa que parecía traspasarle. Juan de Dios no acababa de entender lo que vivía, pero la explicación era sencilla: Hasta el momento, había conseguido contener su interés por la mujer mientras esta se hallaba circunscrita al ámbito de lo familiar y conocido; pero cuando la feminidad se había vestido bajo la forma de una cultura totalmente diversa, había caído perdida e irremisiblemente enamorado.

Un día, tras una de las conferencias, Juan de Dios y Alisha se quedaron los dos solos. Tras visitar la mezquita y pasear por las callejuelas intrincadas de la ciudad, se detuvieron en una plazuela donde un hombre tocaba una guitarra española mientras cantaba con sentida melancolía. Se sentaron y hablaron de las diferencias entre sus creencias. Juan de Dios le decía que ansiaba comprender por qué había religiones tan diferentes en el mundo, necesitaba entender cómo Dios se había revelado, si lo había hecho, de formas tan distintas; pero se sentía cada vez más arrebatado por la intensidad de la mirada de Alisha, mientras las palabras se iban espaciando cada vez más, hasta dar paso al silencio. Juan de Dios miró el reloj, pensando que debía irse, observó alrededor suyo buscando el mejor lugar para salir hacia el hotel. En aquel momento, con audacia, Alisha le cubrió los ojos con una mano y le dijo con su fuerte acento:

—No pienses en hora, no pienses en mejor camino para ir, piensa solo en aquí, ahora. Eso es esencia de toda espiritualidad. ¿Estás preparado para aprender?

Juan de Dios se serenó y, tras una breve pausa, dijo:

—Lo estoy.

Ella le descubrió los ojos y volvió a ver su rostro, con sus ojos negros como el azabache, pero brillantes como el mismo sol de poniente; y en ellos atisbó el color de las guirnaldas y los pétalos de las flores, el ritmo de los bailes y los brazos tatuados con henna, los animales sagrados y los templos luminosos, las selvas tropicales y las montañas del Himalaya, la meditación más profunda y la compasión sincera. En un instante, Alisha y todo su mundo se ofreció a sus ojos, al mismo tiempo que los labios de ella se elevaban, casi imperceptiblemente.

Juan de Dios la besó.

Y ella notó, en los labios de él, el tacto firme y áspero del compromiso de la cruz; y en sus brazos percibió la determinación de la fe y el sacrificio de la vida entregada, el paciente estudio de la Biblia y el concentrado silencio de las oraciones, los textos de los místicos y la devoción del sencillo, la sabiduría del ascetismo y la celebración del ágape, la fuerza de la esperanza y el éxtasis del amor.

—¿Comprendes ahora? —dijo Alisha.

Juan de Dios sonreía con tanta intensidad que incluso sus palabras le sonaron lejos; sin embargo, quiso tomarse unos segundos para encontrar las palabras de su respuesta:

—Tan profundamente, que ya no necesito comprender.

© Pedro Alcoba González 2021.