viernes, 2 de diciembre de 2022

La dama de hielo y el jaguar (relato al rojo vivo)

 

Como una muñeca desmadejada y sola sobre una cama deshecha. Así era como a Claudia la gustaba que la dejaran después de hacer el amor. En aquellos momentos de liberación quería ser simplemente un cuerpo o, más bien, un organismo que respira. Le habría gustado en aquellos momentos perder aquel molesto apéndice superior que todo lo observaba y analizaba, incluso cuando la acariciaban o besaban. Quería, literalmente, perder la cabeza. Y ahora, tumbada boca arriba, con su molesto apéndice  analítico desplomado en el borde de la cama, observando la pared de la habitación invertida, lo había logrado. Y se quedó allí, sin cubrir siquiera su cuerpo desnudo, por unos momentos.


Claudia era una ejecutiva de éxito. Había ascendido en el mundo de la empresa hasta los puestos directivos, aún copados en su país por hombres, en su mayoría. Y lo había conseguido siendo no solo la mejor con los números, sino también controlando su entorno con precisión milimétrica. Medía cada palabra y estudiaba al detalle a sus colegas, que pronto serían subordinados, o a sus jefes, a los que pronto llamaría colegas. Sus ojos, eran cautivadoramente azules y estaban enmarcados en un óvalo cuidadosamente retocados por el maquillaje, rodeado de una cabellera morena, peinada con decoro pero con rotundidad. Cuando esos ojos se posaban en quien tenían en frente, el observado estaba perdido. Claudia le conduciría hacia el lugar donde ella quería, ya fuera  un cierre de negociación favorable, un acuerdo ventajoso o un ascenso.

Porque Claudia tenía el control siempre, salvo cuando decidía perderlo..

Así había sido también con Marco. A pesar de que ella nunca elegía a hombres cercanos a su entorno empresarial para sus relaciones amorosas, con él había hecho una excepción. Marco era un empresario italiano que dirigía una pequeña empresa a punto de ser absorbida por la multinacional en la que ella trabajaba. Aparte de una seguridad en sí mismo fuera de lo común, Marco tenía un aire depreocupado que le permitía tomar importantes decisiones estratégicas como quien opta por un plato que no ha probado en un restaurante exótico, de manera tranquila y a un tiempo excitante. Por otra parte, el italiano no carecía de atractivo, con una verde mirada magnética, cabello negro y ondulado y un cuerpo curtido en gimnasios de alta gama, que desplazaba con una elegancia parecida a la de un jaguar en la selva.

Pero no fue solo su atractivo, sino sobre todo aquel fondo de despreocupación que percibía el hecho, aparte de que le resultaba divertido llevarse a la cama al director de la empresa que la suya iba a absorber, lo que hizo que Claudia desplegara todas sus armas. Tras una comida de empresa estratégicamente situada en viernes, le condujo primero a un bar de copas y después al hotel de él, queriendo dar la falsa impresión de que él tomaba las decisiones. El sexto sentido del directivo le hizo darse cuenta del juego, supo que ella tenía el control, pero no le desagradó. Siempre había tenido que luchar por delimitar su espacio, luchando por demostrar que su valía no se debía a ser hijo del dueño de la empresa. Llevaba la mitad de la existencia -tenía poco más de cuarenta años- teniendo que demostrar todo a todas horas.  

Que aquella noche fuera otra la que tomaba la iniciativa y las decisiones era para él tan novedoso como excitante. No tendría que conquistarla, solo aparentar que lo hacía, porque esa noche, tras ser conducidos al hotel por un taxista somnoliento, mientras ella le ofrecía sus labios de forma difícil de resistir, sabía que poco después le abriría sus puertas como una ciudad asediada, en la que sus habitantes están deseosos de recibir a sus conquistadores, y lo han preparado todo para organizar, con apariencia de rendición, un glorioso recibimiento.

Así fue. Cuando llegaron a la habitación, ella paseó sus ojos azules por la suite, deteniéndose en cada detalle, y luego se dirigió a la enorme cama de curiosa forma circular mientras se iba despojando e su ropa. Primero cayó su finísima chaqueta torera, que lanzó a un pequeño descalzador a los pies de la cama. Luego se quitó los zapatos maniobrando con los pies, se dio la vuelta y se sentó mirando hacia él, abriendo claramente las piernas bajo su suave vestido de seda azul oscuro.

—Supongo que sabrás que hacer ahora, ¿no? —Fue su primera frase— ¿O es que no tienes lo que hay que tener? —dijo, ladeando la cabeza, juguetona y golosa.

Marco se dirigió hacia ella y la observó desde su altura, solo para luego sentarse a su lado y, mientras ella  inclinaba  su cabeza hacia él  de forma sutil, la levantó el cabello y la besó en el cuello. Aquello la excitó más de lo que esperaba, pero se separó de él y se puso de pie enfrente. Él la levantó el vestido mientras ella se giraba para darle la espalda mientras él se levantaba para acabar de quitárselo, frotando sus nalgas contra el italiano. Luego se alejó de él, por fin desinhibida y salvaje, para rodear la cama en un amago de escapar. Marco la cogió por la muñeca antes de que lo lograra, y mientras se despojaba de zapatos y pantalones dejándolos caer, la lanzó a la cama en la que Claudia cayó, sabiendo que había llegado el momento, y que podía abandonar en algún lugar de su mente la forma de la habitación, las distintas puertas, la distancia al baño, la ubicación de la llave y del teléfono, la posición de los interruptores y las luces, y tantos otros datos registrados para sentirse segura….

—Al carajo con todo! —dijo con una voz inusualmente grave.

Marco se despojó de todo menos la camisa y se arrodilló frente a ella para quitarle cuidadosamente las medias y después las finas bragas de encaje, a pesar de que ella le recriminara por ello, en torno burlón. La intuición del italiano le decía que era el tipo de mujer a la que le gusta que la despojen primero de la parte de abajo y luego la de arriba; y así era, cuando tocó su sexo son sus dedos escuchó un silbido de puro gusto, y cuando él dirigió la otra mano por debajo de su espalda para desabrocharla, se encontró con que la mano de ella le guiaba para ayudarlo, porque si algo le gustaba a Claudia era que la desnudaran.

Fue entonces cuando Marco hizo honor a la naturaleza felina que aparentaba y, tras lanzar el sujetador a un lado como si hubiera dado un zarpazo, empezó a besarla y a morderla por la parte de arriba, allanándose el camino, y cuando llegó a la punta turgente de sus pechos y elevó la cabeza, se enocontró con dos ojos azules que le miraban mientras unos labios pintados de rojo sonreían con diversión.

—Adelante señor, vuestra esclava os espera —dijo Claudia

Y Marco maseajeó el sexo de ella, primero con sus manos, mientras las besaba en los labios abiertos. Estuvo  así largo rato, jugando, y después se acercó y besó sus muslos, cada vez más cerca del centro de placer de ella, pero sin llegar, porque eso lo reservaba para su propio sexo. Cuando parecía que acercaba sus labios a su hendidura,  y ella más lo deseaba sin duda, él la cogió por los brazos para inmovilizarla, Claudia se zafó y empezó a girar sobre si misma alejando su cabeza del centro de la cama porque solo de ese modo podía disfrutar. Marco trató de colocarle una almohada bajo su cabeza.

—¡No! ¡No la quiero! —gritó ella.

Entonces él se dio cuenta de lo que de verdad deseaba y la empujó al borde de la cama, meientras la sujetaba la nuca para que la posición no fuera violenta, al tiempo que trataba de entra en ella. Cuando su miembro estaba a punto de estallar de potencia, ella le agarró los brazos y los hizo colocar al lado de sus hombros, al borde de la cama, conformando una especie de puerta que la cercaba, mientras lanzaba su cabello hacia atrás y este caía por el borde de la cama como una cascada y su cabeza perdía su punto de apoyo. Para no deslizarse del todo, se agarró a los dos brazos de Marco, firmes como dos postes. Aquel era el momento y MArco se dio cuenta, la penetró entonces salvaje y brutalmente, hundiéndose hasta el fondo de aquel cuerpo terso, sedosos y al mismo tiempo firme, y volvió a hacerlo varias  veces, hasta que ella cambió de postura, incorporándose mientras le empujaba con una mano violentamente hacia atrás para quedarse sentada sobre él, mientras Marco asentaba sus muñecas sobre la cama. Luego ella se agarró a sus brazos mientras subía y bajaba sobre su sexo, echando la cabeza hacia atrás y sus pechos hacia delante con tal violencia, que a Marco le pareció que estaba bailando una danza tribal. Pero también se dio cuenta de uqe estaba disfrutando ahora más que nunca, por la sonrisa de puro deleite de su rostro, y los gemidos acompasados, por lo que redobló su empuje para casi atravesarla, tomando por fin el control y el ritmo de la acometida, mientras ella se acompasaba a él, y cuando se dio cuenta de que su sexo estaba totalmente atrapado entre los muslos de ellas, fue cuando cayó en la cuenta de que no se había puesto ninguna protección, un segundo antes de vaciarse por completo dentro de ella, mientras Claudia gritaba de placer y atrapaba sus sexo con más fuerza, manteniéndolo dentro de sí por unos momentos.

Entonces ella se dejó caer hacia un lado y recostó su cabeza otra vez en el borde, incinandola hacia atrás lo suficiente para que su cabello cayeron y se quedara como una muñeca desmadejada y sola, mirando a la pared, invertida a sus ojos, con la mirada perdida, mientras posaba sus blanquísimas piernas sobre el regazo de él.

Marco se quedó sentado como estaba, todavía apoyando sobres sus muñecas, mientras pensaba en el error de bulto que había cometido, y se preguntaba lo que pasaría si ella se quedaba embarazada.

Claudio debió advertirlo por el rabillo del ojo, porque su afán de control volvió por un momento, en este caso en forma de protección hacia él, dándose cuenta de la situación.

—No pensarás que no he tomado precauciones, ¿verdad? Llevo tomando píldoras varias semanas.

Marco no pudo evitar reír con alivio, mientras se dejaba caer a su lado

—Maldita zorra… —susurró

Y ella se sonrió, porque era justo lo que deseaba oír.

© Pedro Alcoba González 2022 (excepto la imagen que acompaña el relato, que cuenta con licencia Creative Commons)


martes, 1 de noviembre de 2022

El gabinete de curiosidades de… Lovecraft?


Después de haber visto el arranque de la última obra de Guillermo del Toro, un verdadero maestro para mí sobre todo del steampunk y director de obras originales y profundas, como El laberinto del fauno o La forma del agua, uno esperaba quizá un poco más. 


La factura técnica, la fotografía e incluso la dirección (en cada capítulo obra de un director distinto) es de un considerable nivel. Ya desde los títulos de crédito y la presentación en persona de Guillermo del Toro, muy en la línea de Alfred Hitchcock presenta, la sensación es quizá la misma que al ver la última brillante obra del director: El callejón de las almas perdidas. En definitiva, que del Toro no inventa nada. En el caso de El callejón de las almas perdidas, mezcla en una coctelera elementos que ya existían, como el cine negro, bañado por los colores vivos de cierto cine de los noventa, y una mirada nostálgica a la época de los años cuarenta, desde las confortables primeras décadas del siglo XXI. 


Sin embargo, no había en ella el originalísimo planteamiento argumental y formal de “La forma del agua”, ni la audaz hibridación de géneros de El laberinto del fauno, que relata un cuento fantástico a la vez que habla de un pasado histórico con todavía mucho peso sobre el presente de España. 


Con El gabinete de curiosidades de Guillermo del Toro, uno esperaría una verdadera obra de autor, con un sello común, en el que, si bien se utilizan los talentos conjugados de distintos directores, solventes técnicos y buenos actores, se ofrece al espectador un producto nuevo y diferente, o al menos una mezcla original como las que ya había aportado en las dos películas anteriormente mencionadas.


Sin embargo, la primera entrega de la serie es una historia con cierta originalidad en el planteamiento (se vende un trastero misterioso sin conocer muy bien su contenido), para luego caer en los tópicos de cierta tradición de cine que mezcla el thriller y el terror. De nuevo el pentagrama, de nuevo el culto satánico, de nuevo objetos con poderes mágicos. Y aunque no se puede negar que es un guion bastante redondo, el capítulo acaba cuando precisamente se ponía más interesante.


La segunda entrega opta claramente no solo por el susto, sino también por el gusto por lo gore y truculento. Ahora bien, si ya en la primera entrega había cierta presencia de Lovecraft (esos libros prohibidos que recuerdan al Necronomicon), en la segunda su presencia es aún mayor (culto pagano a antiguas entidades, seres tentaculares,…)


Ahora bien, si vaciamos las historias de sustos, escenas truculentas y cierta ambientación sórdida,  lo que nos queda realmente original es precisamente eso. Lo inquietante es el culto satánico, o el culto prohibido, o las entidades inenarrables…. en definitiva: Lovecraft. Ahora bien, precisamente donde el escritor de Providence se detiene es donde podríamos decir que empieza la serie.  Porque donde Lovecraft insinúa y narra no siempre directamente, preocupándose previamente en crear una elaboradísima atmósfera, El gabinete de curiosidades de Guillermo del Toro opta por mostrar abiertamente tanto los monstruos como sus truculentas actividades.


En conclusión, diría que lo más original de la serie es precisamente lo que toma prestado a Lovecraft y el resto es una narración que crea un cierto suspense que resuelve luego de manera bastante explícita, efectiva, entretenida y…. carente de verdadera carga de significado.


En definitiva, Guillermo del Toro se ha revelado siempre como un director cuyo objetivo es entretener y ese objetivo lo cumple con creces. Ahora bien, si buscamos cierta carga de significado o un estética unificada a la vez que original, al menos por los primeros capítulos no se vislumbra nada de esto, más allá de los títulos de crédito y la presentación del propio del Toro.


Algo, por otra parte, cada vez más frecuente en las propuestas de entretenimiento de Netflix, que quizá sea el verdadero monstruo que fagocita propuestas creativas originales y las trata de igualar a la baja para gustar a un púbico cada vez más amplio. El que suscribe está cada vez más indeciso respecto a si seguir o no formando parte de ese público.


© Pedro Alcoba González 2022 (excepto la imagen)

miércoles, 12 de octubre de 2022

El día 11/10 presenté mi nueva novela "Hongos y Cenizas"

ESTE BLOG YA NO SE ACTUALIZA.  PARA LEER MIS ÚLTIMOS TRABAJOS ACCEDE A:

 https://pedroalcoba.com

ACCEDE AQUÍ AL BOOKTRAILER "HONGOS Y CENIZAS"





Con gran emoción, por el nutrido grupo de asistentes y muchas personas cercanas y queridas, presenté mi segunda novela  "Hongos y Cenizas" el 11/10, en el Bar Cultural Aleatorio (Malasaña, Madrid).

Mi agradecimiento a todos los que lo hicieron posible

Aquí dejo una algunas fotos de la presentación, el booktrailer de la novela y enlace a webs donde se puede conseguir: 


PÁGINA EDITORIAL LIBROS INDIE


CASA DEL LIBRO | AMAZON









sábado, 3 de septiembre de 2022


UN PROFESIONAL

¿Qué tenemos aquí? A ver… Paciente caucásica, cuarenta y tres años, no tiene patologías. A positivo. Es guapa… Debieron pensar lo mismo cuando reconocieron a Marta la primera vez. Que era guapa. Quemaduras de tercer grado, pero se le ha aplicado protocolo de quemados. Estabilizada. ¿Es el atractivo físico lo que nos hace unirnos y emparejarnos de por vida?…No diabética, no hay intolerancias. Pulso estable. No creo que sea solo el atractivo….Treinta y ocho y medio. Presión arterial… normal, curiosamente. Si fuera el atractivo físico tan solo, después de muchas relaciones sexuales disminuiría el vínculo. Pero luego está la oxitocina, que es mayor en los hombres fieles. A ver este. Paciente caucásico, Sobrepeso, pero no obesidad. B positivo. 60 años. Dicen que era un vagabundo. ¿Soy yo oxitocínico? ¿Eso explica mi obsesión con Marta? ¿Y ella?  ¿Solo quería un compañero fiel para procrear? Este hombre huele fatal. Pues tengo que controlarle el pulso. Y no tuvimos hijos. Nunca dijo que quisiera tenerlos. Buscaba cariño en mí, pero hijos no… Qué peste. Tuvo un ataque al corazón, el tipo, y lo pillaron tarde, pero no es hipertenso. Tuvo suerte. Estabilizado. No creo que tenga secuelas. Si no era la promesa de una familia,¿Qué hace el vínculo tan poderoso cuando la persona no está? No es diabético. No tiene intolerancias, que sepamos. Pulso estable. Treinta y seis y medio. Este tío está bien, vamos rápido al siguiente, que huele fatal. Si Marta está muerta, no hay razón para que mis emociones sigan con la misma intensidad. Las emociones están asentadas sobre los instintos, necesitan algo para sostenerse. Dios, como la quiero todavía… Mujer de raza negra, treinta y cinco años. ¿Qué le pasa a esta? Otra quemadura accidental, la trajeron de un piso patera incendiado. Pobre mujer. Quemaduras de tercer grado por todo el cuerpo. Traumatismo. Está profundamente sedada. Es senegalesa, muy esbelta. Marta decía que eran siempre muy guapos, al menos ellos. Ni pizca de obesidad, y cero negativo.  Es diabética, curiosamente. No tiene intolerancias. El pulso es estable gracias a Dios. Temperatura alta.  treinta y nueve y medio. Uff. ¿Y Marta, cómo estaba los últimos meses? ¿Ocultaba sus síntomas? Voy a administrarle otro sedante. Está profundamente dormida, pero no me la quiero jugar….sufriría demasiado. ¿Por qué coño no me lo contaste hasta el final? ¿Por qué me enteré tan tarde?  Debe ser muy guapa, bajo todos esto vendajes, o quizá me lo imagino solo. Quizá lo que me pasa es que tengo una imaginación muy activa. Quizá eso me pasa con Marta. Que la imagino a partir de su recuerdo, la idealizo. La he sedado, ya está. Hemos acabado por hoy. Ahora salgo otra vez. Espero no encontrarme a Roberto. No tengo ganas de hablar. Quítate la maldita bata, cuélgala. Espero que no haga mucho frío. Qué tranquilo es el hospital por las noches. Mi cambio de turno ya está ahí, acabo de verle fichar, Hola, Roberto. “Por fin llega mi final de turno”, le digo. Tontería de trabajo, a veces… Pero es importante. Tenemos que vernos para poder cambiar de turno. Parece frío, pero no llueve. Sí, está frío. Ni un alma. Mis pasos se oyen. Ahí está. Clac. Me gusta el sonido del mando a distancia al abrir. Clac. Clac,  y se abre el coche. Bufff, qué frío. Mejor enciendo la calefacción. Veinte grados. Arranco. Ya salgo, ya vuelvo por fin. Menos mal. Estoy cansado, pero ya se acabó por hoy.  Ahora llegar a casa, y recordar a Marta. Conviviendo con un recuerdo, de alguien que no está, dice Roberto. ¿Qué es eso? El móvil. No sueltes el volante, no lo hagas, la mayoría de los accidentes son al coger el móvil. A ver, un semáforo en rojo. Da igual. No lo sueltes, podría venir un coche descontrolado.   A ver… No lo hagas. Se pone verde, salgo…Voy a parar un momento. Gasolinera. Echaré treinta litros. Mejor veinte. Está muy caro el gasoil. Ya he parado, me levanto. ¿Dónde está la puta tarjeta ahora? No tengo efectivo. El móvil, se me había olvidado debo tener como siete mensajes. La tarjeta, la había cambiado. Venga, cargo. Vente litros.  Ahora esto pita. Pide PIN. Me ha escrito Laura. “¿Qué tal te va el viernes?”. Iconitos sonriendo. Que chica risueña. Si no fuera porque era su amiga… Pita otra vez. Joder, la tarjeta, vale. Cargo gasoil Ya sé que es gasoil. A ver: “Había pensado, por lo que me dijiste la otra vez, que a lo mejor estás libre”. ¿Qué le dije la otra vez? Ni me acuerdo. Ya. Cargado. Abro. Clac. Me meto en el coche. Ya recuerdo, la dije que libro los sábados desde las diez de la noche. Arranca, maldito, te acabo de llenar de gasoil. El plasta de atrás me pita. Que espere. ¿Qué más dice Laura?. Joder, ¿te quieres esperar, tío? “Por qué no tomamos algo en el Silver? Madre mía, qué directa… Vale cafre, ya me voy, deja de pitar. Este va borracho. Arranco, pero espera,  antes mando un mensaje. Espera, cafre. “Me encantaría. Ok, a las 23:00” un momento, ¿Dónde coño está el Silver? Tengo que preguntárselo. El plasta tendrá que esperar más “Oye Marta, me puedes decir dónde…” Joder, tío cafre, ¿a ti que te pasa? ¿¡Qué hace!? ¡Qué diab...!!!


*****


Qué coñazo el turno de noche… Bueno, a ver cuál es el primero… Paciente caucásico, 45 años. A positivo. No está obeso, No es diabético. No intolerancias. Joder, pero si es …  ¡No jodas! No hace ni media hora…. Marcos, ¿Qué te ha pasado, tío?  Me reconoce, dice mi nombre, pero apenas está consciente… Lo han sedado. Accidente de coche, me dice la enfermera. Le han dado pero bien... “Joder, pero si Marcos es prudente”, lo digo en alto, sin darme cuenta. "El que le dio iba hasta el culo de droga", dice la enfermera. Es buena esta chica. Joder, Marcos, cómo te has quedado,... Tienes el pulso estable, pero te ha subido la fiebre a lo bestia. “Tranquilo tío, no te preocupes, de esta sales”. Creo que sí. Tiene avería en la cara, el cuello y las costillas, pero saldrá de esta. Qué mierda que se rompiera el cristal. Con collarín y vendajes, pero sales tío, te lo digo yo... ¿Quién llama ahora? Laura. Joder, tía, que no hace ni dos meses que me mandaste a la mierda, con lo que me costó lanzarme  al principio… Presión arterial normal. “Necesitará sangre. Es A positivo”, le digo a la enfermera. El pulso sigue estable. Laura otra vez. ¡Que no lo puedo coger, joder! A ver Marcos, te voy a sedar más, y te mando directo a quirófano. Ahora pone un mensaje, Laura. Otro, otro… En mayúsculas, se ha vuelto loca. Bueno, vale, le dije que estaría ahí, lo leo rápido y termino con Marcos. Marcos, tío, saldrás de esta, palabra… Te mando a Quintana, que es el mejor, ese te cose en un santiamén . A ver qué coño quieres Laura…  ¿Cómo? ¿Que cómo está Marcos?  “¿Cómo te has enterado?”, le  digo. Tuvo un presentimiento, dice… ¿Por qué pone iconos llorando? Que le diga que le quiere mucho… Joder, Laura, quién lo habría imaginado…  Marcos, tío, esta noche no es la tuya, pero luego a ver si olvidas a tu mujer de una puta vez. Venga, a quirófano. Cuando salgas, una tía de verdad y no un fantasma, como Marta. P'alante tío. Y además simpática que te cagas, una tía cojounda, Laura. Al final a Marcos le va a salir bien y todo. A mí me mandó a la mierda, pero… tío, te va a ir bien, de verdad… “Suerte, tío, de esta salimos”, le digo. Ya se va… Pero tengo que seguir. A ver, el siguiente. Varón, caucásico, joven. Cero positivo, no es diabético ni intolerancias. ¿A este qué le pasó? ¿Cómo? ¿Otro accidente? “No, el mismo, es el del otro coche”, dice la enfermera nueva. Drogadicto de los cojones. Y que tenga que atenderle yo… Si por mí fuera te ibas al otro barrio, cabrón. Quemaduras de tercer grado. Sedado. Qué trabajo de mierda, joder… qué trabajo. Maldito bastardo, te has quedado hecho un ocho, así te dejaba yo. Porque soy un profesional, que si no… Laura, qué rabia, nos hubiera ido bien, pero con Marcos te irá mejor. A ver, capullo, vamos a sedarte más… Porque soy un puto profesional…


© Pedro Alcoba González 2022 (excepto la imagen que acompaña el relato, que cuenta con licencia Creative Commons)

domingo, 7 de agosto de 2022

Diferente

    



    Las pesadillas y temores de las madres embarazadas solo las conocen ellas. Desde que el niño no salga adelante, hasta que tenga alguna malformación, o que nazca enfermo. Todos nacemos con una enfermedad degenerativan inexoreable que afectará a nuestros tejidos, neuronas y órganos internos y se llama oxidación, o vejez, para nombrarlo de otro modo; pero los futuros hombres y mujeres ancianos vivirán en la feliz ignorancia hasta más o menos la mediana edad. Y este es el último de los temores de las madres. 

Sin embargo, el absolutamente irracional temor de Elena no era convencional. Por algún motivo que solo ella conocía, y quizá porque estaba acostumbrada a ver noticias insólitas de bebés o crías de animal desproporcionados en las revistas de divulgación científica, creía que su bebé nacería con una gran nariz o con unas orejas enormes. Elena era una mujer morena y esbelta, con una silueta proporcionada. No había ningún motivo para pensar que sus hijos no fueran a ser sanos. En el momento que las madres son bombardeadas por la publicidad de potitos y ropa de bebé con imágenes de bebés tersos, suaves, sonrosados y achuchables, ella solo veía  imágenes tremebundas de un bebé con una cabeza enorme, o con la nariz o las orejas hiperdesarrollados. De nada sirvió la idea de Roberto, su marido, de llevarla al psicólogo.

Cada vez que el este le indicaba que las imágenes que la atormentaban no existían más que en su imaginación, y que la probabilidad de que un bebé saliera con una malformación así era extremadamente baja, ella le argumentaba preguntando que por qué entonces aquellas imágenes no dejaban de inundar su mente, a pesar de que trataba de alejarlas y contravenían toda lógica. El psicólogo no tenía respuesta para aquello. A veces lo que sucede en la oscuridad del subconsciente no tiene sentido más que en la propia mente del que lo padece.

Pero Elena era sin duda tenaz cuando una idea le rondaba, así que se propuso averiguar dónde estaba el origen de sus temores. Preguntó a Micaela, su madre, la abuela del futuro bebé, y la mujer, que ya portaba las arrugas del comienzo de la ancianidad, le hizo saber que sus temores habían sido parecidos antes de que ella naciera. Ella en su imaginación había elaborado la idea de que su bebé nacería con orejas y trompa, como ellos. 

—Pero —le dijo con ternura a la futura madre— naciste tú. Y ya ves que no tienes nada de elefante. 

Y era verdad, porque Elena era realmente una mujer muy guapa. No era solo la proporción de sus formas, era también el color sonrosado de sus mejillas, sus labios perfectamente delineados, unos alegres ojos verdes y su bonita sonrisa. Había tenido muchos pretendientes, pero ella se había quedado con Roberto, que le parecía el más sólido de todos. Porque, bajo la apariencia de mujer inteligente y bella, latía un ser frágil, temeroso e inseguro, quizás a causa de su padre, un hombre fuerte y rudo, que solo sabía imponer su disciplina en casa mediante puñetazos en la mesa y voz iracunda. Elena había tenido tres hermanos, todos ellos habían sido bebés sanos y hermosos, como ella, pero nada podía alejar de su cabeza sus temores. De conversación en conversación, el psicólogo dio con la causa de su obsesión.

Cuando era adolescente, en una terrible discusión con su padre,  que no la dejaría estudiar Bellas Artes, lo que en realidad más le gustaba en la vida, le espetó a su padre:

—Yo me casaré con un hombre diferente a ti. ¡Un hombre sensible!

El padre tampoco se quedó corto:

—Si te casas con un hombre sensible, nunca tendrás hijos, ¡y si los tienes, saldrán mal!

Aquella frase era un ancla en sus recuerdos, y Elena se dio cuenta de ello cuando recordó su historia con Manuel. Era un joven delicado y sensible, que la había amado mucho, y ella también a él, pero lo había descartado después de varios meses de relación. Sencillamente, pensaba que con él no saldría adelante, pues su nada práctica vocación era la escritura.

Poco después llegó Roberto, ingeniero industrial, y decidió consentir en que la sedujera, hasta que acabó lográndolo. Si bien no le amaba, las relaciones que tenía con él eran tan placenteras, que al final la tenacidad de Roberto y la anuencia de su padre la llevaron a casarse con él. Una voz interna le decía, inconscientemente: “con él tendré bebés sanos y fuertes”. 

Mientras tanto, la herida seguía ahí, enterrada en el mismo lugar. Su madre había puesto la tierra, el temor que se había transmitido de madre a hija, y su padre había sembrado en él la semilla con la maldición de unos hijos que no salieran bien, según sus palabras, lo que la imaginación poderosa de Elena había convertido en terribles malformaciones.

Así se fue acercando el día en que iba a dar a luz. El trabajo con el psicólogo había ido desmontando la irracionalidad de la idea que la atormentaba, y la seguridad de Roberto, que estaba convencido de que nada iría mal, la respaldaban, pero sobre todo lo hacían las ecografías que ya permitían ver a un bebé perfectamente normal.

Elena empezaba a tranquilizarse, cuando un día abrió su correo electrónico y encontró un solitario correo de su antiguo pretendiente Manuel, que parecía llamarla con una voz tierna como la que él usaba con ella.

“Léeme solo cuando estés tranquila", decía el asunto del correo. Elena decidió que sus temores pasados habían ido desapareciendo, así que le pareció que sí era un momento oportuno para enfrentarse al correo de su antiguo amante.

“Querida Elena —comenzaba—, te sorprenderá que te escriba después de tanto tiempo. Sé que te has casado con un hombre llamado Roberto. No te preocupes, esta no es la típica carta del antiguo enamorado destinada a sabotear tu relación actual. De hecho, te deseo que todo te vaya bien con él. De algún modo yo no habría sabido hacerte feliz. Sin embargo, me parece importante aclararte algo, porque he sabido que estás embarazada.”

Un cierto sobresalto sacudió a Elena cuando mencionó su embarazo.

“Por descontado, te deseo lo mejor para ti y también para el bebé. Sin embargo, creo necesario comunicarte el resultado de una larga serie de pruebas médicas que me he hecho, que me han tenido muy preocupado hasta ahora. Tengo una bacteria llamada mycoplasma genitalium. Es relativamente rara, pero se transmite por vía sexual. Como da síntomas pasado mucho tiempo después de transmitida, o incluso puede no dar síntomas en años, te recomiendo que acudas a un especialista. Esta bacteria puede provocar partos prematuros en las mujeres o complicaciones en el embarazo.”

El sobresalto sacudió a Elena con fuerza, y sus ojos se abrieron como platos.

“Siento mucho no habértelo podido decir hasta ahora, pero ni yo lo sabía, y me ha parecido honesto que lo sepas. Espero no haberte contagiado y que todo vaya fenomenal con tu bebé. No tienes por qué tener la bacteria, es muy posible que no la tengas, pero no estaría de más que te hicieras alguna prueba.”

“Te guardo un afecto profundo y te deseo lo mejor. Perdóname si involuntariamente te causé algún mal, como este cuya posibilidad espero que descartes pronto.”

“Un abrazo.”

Cuando Elena terminó de leer el mail, casi entró en pánico. Estaba lívida por fuera y por dentro, el temor la agarrotaba la garganta y la boca del estómago. Especialmente se llevaba los brazos al vientre. Estaba ya de seis semanas y media. ¿Podría adelantarse el parto a causa de la bacteria?

Decidió actuar con rapidez, pero sola. No quería decírselo a sus padres, no quería dar a su padre la satisfacción de que pensara que había acertado en algo, tampoco era algo que Roberto fuera a llevar bien, dado que el mal provenía de un antiguo enamorado. No, lo que tenía que hacer tenía que hacerlo ella sola.

Al día siguiente acudió al médico para hacerse la prueba y descartar la bacteria. Su ginecólogo, tan buen profesional como amigo, entendió la situación al momento y Elena se sometió al análisis.  Tras mandarla a su casa, tardó menos de una hora en citarla de nuevo. Ya el hecho de haberla citado, y que no hubiera resuelto el asunto con una llamada, era revelador, así que Elena se dirigió a la consulta como reo llevado al patíbulo. Tras hacerla entrar en su despacho, el doctor Cifuentes le pidió que se sentara:

—Mira, Elena, no quiero andarme con rodeos, pero tampoco quiero que pienses que la situación es la peor, o que no tiene solución. Las pruebas han dado positivo —Elena se estremeció—. Pero —añadió el médico con suavidad—, eso no quiere decir que tu hijo vaya a nacer antes de tiempo, ni que vaya a haber complicaciones. He repasado lo que sabemos de esta bacteria, y  te voy a pautar un tratamiento para evitar que afecte a tu bebé.

A medida que iban pasando días y semanas, Elena descartaba con alivio la posibilidad de un parto prematuro. Pero, pese a la advertencia de su ginecólogo, no pudo evitar ponerse en lo peor. Inició el tratamiento poniendo todo de su parte, pero ese todo no era mucho, su cabeza estaba secuestrada emocionalmente por la posibilidad de que su bebé naciera prematuro, muriera en el parto o tuviera malformaciones.

Su marido la apoyó enormemente durante ese tiempo, se refugió en él para tranquilizar sus temores, relajar su mente y confortar su espíritu, pero no podía evitar ponerse en lo peor. Si el parto saliera mal, no podría refugiarse en nadie, ni siquiera en él. No contaría nunca lo que había pasado a su marido, ni quería darle a su padre la satisfacción de que había acertado, porque había sido Manuel quien le había transmitido aquello, el tipo de hombre que él hubiera rechazado. Todo se quedaría en un secreto de confesión con su ginecólogo. 

Así pasaron las últimas semanas de su embarazo. Cuando llegó el día del parto, Elena estaba cada vez más nerviosa, por supuesto la pusieron la anestesia epidural, y el dolor del parto fue atenuado, pero no así el nerviosismo de la parturienta.  Todo el proceso duró cuatro horas, pero la última hora Elena la vivió en un continuo delirio en que imaginaba dar a luz un bebé con claras malformaciones en las orejas y la nariz, mientras sufría los dolores físicos del parto. Estos, aunque importantes, no lo fueron tanto como los  psicológicos.

Pero al fin dio a luz. El doctor Cifuentes extrajo al bebé, le hizo llorar, cortó el cordón umbilical, lo examinó por arriba y por abajo, y llegó a la conclusión de que era  totalmente normal, salvo por una pequeña característica, que no quiso decir a la agotada madre. Cuando ella lo vio, ya no quiso separarse de él. El contraste entre lo que había imaginado y lo que veía era grande. Tanto le atraía el bebé, tan intensa era la sensación al tocarlo y abrazarlo y tan feliz se sentía que, tras preguntar al médico si tenía algún problema y obtener una negativa, se relajó por fin y olvidó sus temores.

Cuando por fin se serenó la joven madre y se quedó profundamente dormida, el doctor Cifuentes aprovechó el momento y llamó a sus colegas de neurología y psiquiatría.

Mientras Elena dormía, sometieron al bebé durante horas a radiografías, resonancias y otras pruebas. Después de casi una noche en blanco, en la que todas rehusaron irse a casa, llegaron a una conclusión. El doctor Cifuentes los despidió a todos con agradecimiento. Después se fue él también a casa, pero al llegar a ella, no descansó. 

Introdujo en el ordenado el CD en el que habían guardado las imágenes y volvió a apreciar lo que había visto tantas veces, y que le había producido la inquietud inicial. Amplió poco a poco con paciencia la imagen escaneada del cráneo del bebé, la giró hasta que estuvo  a su gusto y allí estaba: el hueso frontal del cráneo, que normalmente se conecta perfectamente con el parietal, formando una semiesfera, en el caso del bebé de Elena, tenía un ligero ensanchamiento en la parte que corresponde a las sienes.

El médico se llevó la mano a la frente como había hecho varias veces esa noche, porque ese era, en efecto, el característico lugar donde se produce un ensanchamiento en el cráneo de los elefantes, bajo el cual se sitúan los ojos del animal.

Tras la consulta a los neurólogos, estos le aclararon que el cerebro era también anormalmente grande, y la causa solo podía ser la bacteria que la madre portaba.

Sin embargo, y por una sorprendente e inesperada carambola genética, tras algunas pruebas a las que habían sometido al bebé, este presentaba un desarrollo cognitivo anormalmente avanzado. El médico se quedó mirando de nuevo la pantalla. Confirmando los temores de su madre, el bebé de Elena era diferente.

Portaba una mutación que lo hacía, simple y llanamente, superior.


© Pedro Alcoba González 2022. 

lunes, 25 de julio de 2022

El día que todo se fue al carajo

(relato conjugado en pasado

y ambientado en el futuro)


Nunca fui una persona de cultura, ni un hombre sensato y prudente. Mis padres me educaron lo mejor que pudieron, como a muchos, en el refugio antinuclear llamado Arcadia. Pero no había mucha cultura en Arcadia, ni mucho espacio para la sensatez y la prudencia. La prudencia es un lujo que te permites cuando eres libre de comportarte como un bala perdida. Pero aquel refugio, donde vinieron a juntarse lo que quedaba de los hombres y mujeres del sur de Europa tras las primeras bombas, ni siquiera daba una opción. Había que sobrevivir, y punto. No salir nunca, comer la mierda de comida que se podía generar bajo tierra y, eso sí, acostarse unos con otros como locos.  Porque, como la media de esperanza de vida de la población había bajado bastante, mis padres y el resto de supervivientes eran muy jóvenes. Los viejos habían palmado en los primeros días de la guerra y no había nadie para advertirte, contarte su experiencia ni aconsejarte respecto a nada, que era lo que los viejos solían hacer, según me habían contado mis padres. 

Yo fui uno de los niños del refugio, como nos llamaron más tarde, pero debo decir que no es del todo cierto, porque en realidad yo tenía un año cuando mis padres entraron en el refugio, en 2041. En realidad, había nacido fuera. Pero, como a muchos bebés, me metieron en el mismo saco que los que habían nacido dentro.

Llegué a la mayoría de edad en Arcadia y, cuando los científicos desarrollaron la forma de salir al exterior, un par de décadas más tarde de la guerra, estaba ya bastante bregado en la movida postnuclear. El mundo había cambiado, pero los mismos hijos de puta que habían producido el peor error de la humanidad del último siglo seguían ahí. 

Entendedme, si alguno de los que me leéis habéis vivido antes de la guerra, comprendo que desde entonces todo os parezca el mismo zurullo; pero en mi caso, siempre ha habido excrementos de distintas calidades.

Cuando cumplí los treinta, el mundo no estaba mal, al menos para mi generación. Había zonas poco afectados por la radiación y otras más. Arcadia era un término medio, no se estaba mal. Había comida y bebida en abundancia, y la red informática se había restablecido, incluso los contenidos de ficción se habían restablecido, y había series que no estaban mal. Mis padres siempre decían que no tenían nada que ver con lo de antes de la guerra, pero… ¿Qué mas nos daba a nosotros? Nos servían para evadirnos, al igual que la poca droga que circulaba, hasta la gran prohibición. 

Porque los hijos de puta de los que he hablado antes, es decir, los dirigentes políticos, se las arreglaron para evolucionar y vender la misma mierda con un collar distinto después de la guerra. Una vez convencida la gente de que la coalición gobernante estaba por la supervivencia del planeta, la ecología y la sostenibilidad, empezaron a prohibir como locos. Pero seguramente me estoy adelantando ...

Yo tenía una tía que había vivido siempre en Marruecos, país que no se había visto apenas afectado por la radiación, pero que mantenía la nacionalidad española —cuando aún existían los estados nación—. Así que la mujer vivió la guerra y la postguerra como una privilegiada, desde su casa en Marrakech. De hecho, no podía creerse apenas lo que mis padres le contaban  por videollamada desde el refugio, cuando yo era niño. 

Yo siempre tuve una buena relación con ella. Entendedme, no era el típico rollo tía-sobrino edulcorado y cargante. No, de verdad sentía que mi tía se preocupaba por mí, y quería que yo no lo pasara tan mal como otros críos, que no conocían nada más que aquel agujero infecto en el que pasamos nuestra infancia. 

Cuando la coalición ecologista y neovegana empezó a gobernar, mi tía estaba como loca de contenta, porque ella era vegana hacía mucho tiempo, y le pareció un buen momento para volver a lo que ella llamaba España, ahora nada más que la provincia de Arcadia dentro del Gobierno del Sur. Ella tenía aquella nacionalidad, y conforme pasaban los años y el gobierno le habían ido cambiando su pasaporte, así que ahora era una ciudadana suderopea y estaba legitimada para volver cuando quisiera. Estuvimos juntos un par de años, entre 2068 y 2070, o algo así. Lo recuerdo bien porque ella llegó prácticamente a la vez que alcanzó el poder la coalición que sigue gobernando desde entonces.

Cuando cumplió sesenta años, y yo treinta, le pareció que era un buen momento para llevarme de viaje por lo que ella llamaba países, las distintas zonas en las que se dividía el Gobierno del Sur. Aunque muchas ciudades habían sido arrasadas, otras como París o Nueva Berlín conservaban su nombre, o algo parecido. Y por supuesto estaban las ciudades italianas que, aparte de la radiación, se mantenían bastante bien.

Así que iniciamos una gira por las distintas ciudades. Mi tía estaba bastante bien de energía para su edad y lo organizó todo para que yo conociera lo que había más allá del conglomerado urbano en que se había convertido Arcadia.

El viaje fue bastante bien mientras nos movimos por el norte, la zona del Gobierno tecnócrata algorítmico del Centro; allí no tenían la misma gentuza que nosotros en el poder.  Pero cuando llegamos a Italia las cosas cambiaron. Empezamos a percibirlo porque no nos dejaban beber alcohol en ningún lado, la prohibición estaba vigente desde el año anterior. A nuestro Gobierno de mierda se le había ocurrido que era una manera de proteger a la población de sus efectos, en aras de defender la sacrosanta causa de la salud, uno más de los falsos ideales que enarbolaban, junto con la ecología y el neoveganismo.

Cuando desayunábamos un día, en un hermoso hotel situado en la costa de Nápoles, mi tía  tuvo la idea de guardarse un bollo de pan, una fruta y un sobre de azúcar. Yo la advertí que que no lo hiciera, pero ella se ahuecó su pelo canoso, me guiñó uno de sus ojos verdes y dijo:

—No hay ningún problema, ya verás, he hecho esto toda la vida. 

—Pero están restringiendo el azúcar, no me sorprendería que lo prohibieran también.

—¿Prohibir el azúcar? ¡Qué tontería! ¿A quién iba a hacerle daño eso?

—Hay gente a la que no le viene bien —dije. Aunque no lo creáis, había leído sobre el tema. Luego susurré—: Pero ya sabes que no es cuestión de eso, simplemente quieren tener cada vez más control. 

—No te preocupes —me dijo sonriendo—, ya verás como tu tía lo saca del comedor.

Cuando acabamos de desayunar nos dirigimos a la puerta y allí nos esperaban dos hombres vestidos de negro, acompañando a una de las camareras.

—Señora, debe vaciar el bolso aquí —dijo la camarera, que intentaba ser firme, pero no podía evitar ser amable, como había sido al servirnos la mesa.

—Pero, ¿por qué? No tengo ninguna sustancia ilegal —dijo mi tía, mientras me miraba, todavía sonriente.

—Debe vaciar lo que ha cogido del comedor, señora, por favor —volvió a decir la camarera, con un matiz de preocupación que me alertó de veras.

—Le vuelvo a repetir que … —dijo mi tía, poniéndose seria también.

En aquel momento intervino uno de los hombres de negro.

—¡Ya está bien! —. La cogió del brazo mientras el otro hombre la quitaba el bolso, lo abría, y volcaba su contenido sobre la mesa: una cartera, unos clínex, pastillas para la tensión y otras cosas que pertenecían a la intimidad de mi tía, junto con un puto bollo de pan, una fruta y el maldito azúcar.

—¡Oiga, déjela en paz! —no pude evitar decir, y me traté de interponer.

En aquel momento, el otro hombre se dirigió hacia mí y me dijo con tanta rapidez como frialdad.

—Esta mujer acaba de cometer un delito, si trata usted de defenderla, le acusaremos como cómplice.

—¿Un delito? —dijo mi pobre tía, que lo había oído —Pero yo no he hecho nada... ¿Qué quiere decir con delito?

El hombre se volvió hacia ella.

—El azúcar está reservado a los diabéticos con déficit de glucosa, está muy claro en el cartel que ponía en la mesa.

—Sí, lo vi, pero pensé que no habría problema con un sobre, siempre me ha gustado el azúcar y …

—No podía hacerlo. Estaba muy claro en el cartel. Debe acompañarnos, señora —volvió a decir el hombre que la sujetaba.

Mi tía me miraba con confusión.

—Pero, toda la vida he cogido alguna cosa del desayuno y nunca… —decía con el rostro totalmente desencajado, simplemente no podía comprenderlo. Yo sí lo entendía, pero estaba rabioso, dolorosa y tristemente, por la situación, porque no podía hacer nada.

—Tía, estate tranquila, seguro que no pasa nada… Hablaré con mi padre e iremos a buscarte—. Porque los hombres se llevaban ya a una mujer que pronto seria una anciana,  y la zarandeaban sin ninguna consideración.

—¡Ella tiene sus derechos, no pueden llevársela así!

—Claro que sí —me dijo uno de esos cabrones sonriendo—, somos la Policía de la Salud, podemos hacer lo que queramos. Y si sigues gritando te llevaremos a ti también. ¿Estamos?  —y me hizo ver que tenía un arma bajo el abrigo.

Así que no pude hacer nada, vi desaparecer a mi tía por el pasillo que conducía hacia la puerta. Al día siguiente estaba libre, después de un interrogatorio, una noche en el calabozo y muchos hilos movidos por mi padre. Lo que nunca olvidaré fue su expresión de confusión, aquel aire de no entender nada del nuevo mundo del que íbamos camino, que había roto ya cualquier anclaje con el que ella había conocido… Y nunca la olvidaré porque era la misma que tenía cuando fui a buscarla a la comisaría de la Policía de la Salud, la misma que conservaría casi el resto del viaje y la misma que asomaría de vez en cuando, cada vez que veía algo en nuestra asquerosa sociedad que le recordara aquel suceso, hasta el día que volvió definitivamente a Marrakech.

—Creo que no entiendo el mundo de ahora —dijo, al despedirnos en el puerto.

—Ni tú ni nadie, todo ha cambiado demasiado.

—Europa era un lugar muy bonito para vivir, había mucha diversidad entre los distintos países, mucha cultura, pero ahora es otra cosa… Lo siento por ti, cariño.

—No te preocupes, tía, que tengas buen viaje.

Y creo que, mientras su barco se alejaba, fue aquel el día que me di cuenta de que todo se había ido al carajo para siempre.


© Pedro Alcoba González 2022. 

martes, 24 de mayo de 2022

Chanel es la salvadora y Chiqilicuatre su profeta

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 ¿Por qué ha triunfado Chanel en Eurovisión? 

Son indudables las dotes como bailarina y vocalista de la cantante, pero nadie podrá negar que la letra de la canción no es digna precisamente de Manuel Alejandro, lo que a priori haría dudar de que consiguiera un tercer puesto. Pero...¿acaso importa la letra? La música tiene ritmo y energía; pero sobre todo es una buena percha para colgar una cantante y cinco bailarines en estado de gracia con una coreografía efervescente ejecutada a la perfección.

Cuando el Chiquilicuatre fue a Eurovisión hace ahora 14 años fracasó (puesto 18 de 26), pero no porque su propuesta no fuera acertada, sino precisamente porque ponía en evidencia lo que era Eurovisión: un lugar que no hay que tomarse demasiado en serio. Y eso no sentó bien a los jurados.

Porque desde hace muchos, muchos años, Eurovisión es la apoteosis del espectáculo, el Carpe Díem y la inconsciente y osada juventud bailando sin freno (¿hay, por cierto, alguna norma que limite la edad -por arriba- de los participantes?).

Puede que la historia haya terminado, pero la fiesta no

Eurovisión es Europa diciéndose a sí misma: "Si ya no somos el ombligo  del mundo, al menos disfrutemos de nuestro bienestar, diablos. ¡Y sí, bailiemos!"

Chanel a puesto en pie a un auditorio multieuropeo porque en lo que está de acuerdo la humanidad desde la cuna de  la civilización es que el camino más directo hacia un estado de ánimo exaltado y festivo es el baile. Y si es de seducción, mejor. 

¿El contenido? ¿Qué importancia tiene? No la ha tenido en casi ninguna de las letras de los últimos años. No la tenía en Chiquilicuatre. Es verdad que David Fernández (Chiquilicuatre) no tenía ni el muslamen de Chanel, ni sus movimientos, ni su arte para elevar el perreo a la categoría de espectáculo, pero el concepto ya estaba ahí ("Perrea, perrea,...¿Recuerdan?)

Chiquilicuatre era un artista diciéndole a un sesudo jurado. "¿Pero de verdad se toman en serio todo esto?" Chanel es el descaro de una joven artista -y todo su equipo-  que le sueltan al mismo jurado. "Ya sabemos de qué va todo esto, así que se lo vamos a dar".

¿Y de qué va todo esto?

De vitalidad, diversión, euforia, frivolidad, celebración (ya lo intentó Rosa con "Europe is living a celebration"), de fiesta, en definitiva. Al final, todo es cuestión de graduar la intensidad de un mensaje sencillo que se resume en: "Disfrutemos de nuestros jóvenes cuerpos un año más".

Si la canción de Eurovisión consigue que el público se deje arrastrar por ella y ponerse a bailar sin saber muy bien lo que dice la letra más allá de una o dos palabras... objetivo cumplido.

El problema del Chiqilicuatre no era de concepto, era de intensidad carnal. Un cómico y una guitarrita de juguete no era suficiente. Ha tenido que venir Chanel y su coro de baile para demostrar algo parecido a lo que decía McLuhan: Señores, no importa el mensaje, importa el masaje. El masaje de la mirada.

miércoles, 27 de abril de 2022

Variaciones sobre Cenicienta (relato)

 


De los archivos clasificados del juicio:  “La corona contra Scarlett Wilkes. Sentencia 545/32 de 25 de Abril de 1933”. Transcripción de fragmentos de los diarios de Scarlett Wilkes

17/ Enero/1932

            La situación es extremadamente difícil. Desde que Rhett nos dejó todo ha empeorado. La ropa que tenemos es de buena calidad y apenas si se nota que hace  meses que no compramos un vestido. Si se supiera que lo único que tengo para  alimentar a  Margaret y Leslie son las patatas y las verduras que da la finca… Ningún hombre noble en su sano juicio se casaría con ellas si viera lo delgadas que se están quedando, aunque con los vestidos y el maquillaje todas disimulamos nuestro aspecto.

 Pero hoy estoy esperanzada porque he conocido a Ashley. Es también viudo. muy bueno y de buena familia también . El único inconveniente es esa Mary, hija de su anterior esposa. Es muy delicado de salud y aunque me tiemble la mano al escribir ya sé lo que haré cuando él ya no esté.

(…)

15/Octubre/1932

(…)

            Hoy hemos enterrado a Ashley. Ahora puedo poner en práctica mi plan.

(…)

12/Noviembre/1932

            Desde que la confiné a las concinas, Mary está totalmente apartada del camino de ser una hija casadara. Eso deja vía libre a Margaret y Leslie, no tengo otra opción, lo siento por la pobre chica pero, aunque Ashley nos dejó lo suficiente para vivir bien por el momento, la situación volverá a ser insostenible en pocos años. Tres son demasiadas para casarlas y yo me debo a mis hijas

(…)

            Lo que no me gusta es que sean crueles con ella. Como se mancha con los carbones de la cocina y está siempre con ceniza en la cara la llaman “Cenizas” o “Cenicera” o algo así.

20/Diciembre/1932

            Por fin ha llegado el momento que he esperado toda mi vida. El rey ha convocado un baile de fin de año para que su hijo conozca a todas las demas casaderas. Llevaré a Margaret y Leslie. No puedo contener la excitación.

(…)

01/Enero/1933

            ¡Qué decepción! Una desconocida fue al baile y era tan guapa e iba tan bien vestida que las demás desmerecieron a su lado, incluídas Margaret y Leslie. El príncipe estuvo toda la noche bailando con ella

Pero aún hay una posibilidad. Cuando la desconocida se fue de palacio, al filo de la medianoche, se fue de una manera tan precipitada que perdió un zapato al bajar por las escaleras y el príncipe anda como loco de casa en casa  buscando a su dueña.

(…)

04/Enero/1933

            Ha llegado el día que llevo esperando toda la semana. El príncipe viene hoy por fin a casa.

(…)

            Mary está muy rara últimamente. Siempre ha tenido la cabeza llena de pájaros, pero últimamente canturrea contínuamente y tiene una sonrisa de boba que no entiendo. La pobre cadda día está peor.

(…)

05/Enero/1933

            Es muy difícil a veces entender lo que una madre tiene que hacer por sus hijas; y nadie que no esté en mi piel puede entender por qué he llegado a donde he llegado, pero espero merezca la pena el sacrificio. Margaret siempre ha tenido los dedos de los pies demasiado largos, así que al probarse el zapato y comprobar que era demasiado pequeño para ella la extendí un cuchillo y la obligué a recortarse los dedos. Se le saltaban las lágrimas de dolor pero un dolor de unos días estará del todo justificado si se convierte en princesa y reina. Se han ido juntos, estará toda la tarde – y espero que la noche- con el príncipe.

(…)

            Mary está hoy extremadamente triste, no entiendo por qué.

06/Enero/1933

            ¡Qué desastre! Ayer me dijo Margaret que el príncipe había descubierto el engaño porque el coche en que iban se empantanó en el barro y al bajarse para sacarlo

vio sangre salir de su zapato. Si hubiera tenido más cuidado ...

            Hoy tengo la última oportunidad con Leslie

(…)

            ¡Es increíble lo que ha pasado! Todavía no me cabe en la cabeza : el príncipe nos dio otra vez el zapato y al probarlo a escondidas vimos que a Leslie se le salía el talón, así que yo misma corté un poco de piel para que entrara, pero el chambelán ya sospechaba y se dieron cuenta enseguida del engaño.

            Después sucedió algo sorprendente. El príncipe oyó a  Mary canturrear en las cocinas y fue hacia ellas,  donde la descubrió y habló con ella unos minutos, a pesar de que yo le dije que no era más que una sirvienta. Después se empeñó en que se probara el zapato, a pesar de sus harapos y su rostro ceniciento. ¡Pero lo más inesperado fue que le encajó a la desvergonzada!

No sé cómo manejar los acontecimientos, nada ha salido como yo pensaba. Supongo que tenemos un futuro en palacio pero nuestra suerte depende de una persona a la que hemos desahuciado desde que murió su padre, el pobre Ashley. No quiero adelantar acontecimientos, pero no sé si se portará muy bien con nosotras.

05/02/1933

            Hoy hemos ido a la boda del príncipe con Mary. Nunca pensé que asistiría a un acontecimiento así con tal tristeza. Esa insustancial Mary hizo que mis hijas fueran sus damas de honor, quizá para mostrar magnanimidad y bondad como princesa –y futura reina no lo olvidemos-. Pero al salir de la iglesia y durante todo el paseo unos pájaros las picaron en los ojos, a pesar de los guardias que intentaron protegerlas ; y ahora las pobrecitas tienen los ojos hinchados y están casi ciegas.

06/02/1933

            Mary ha encargado a los mejores doctores. Otra manera de congraciarse con mis pobres hijas para conseguir lo que en buena ley era suyo. No creo una palabra de esa tontería de que ella era la bella desconocida de la fiesta. ¿Dónde consiguió los vestidos, el carruaje y los lacayos si no tenía un céntimo? Va a ser reina por una maldita coincidencia, por tener una talla de pie adecuada. Qué absurdo y ridículo. Así se contruyen las monarquías de nuestra triste época. 

(…)

            Cuando veo a mis hijas con los ojitos hinchados, con esa expresión que tienen al mirar hacia delante y casi no ver nada, mis pobrecitas hijas con los pies mutilados, A Mary sólo le deseo que padezca la mitad de lo que he padecido yo con sus futuros hijos. Mis pobres hijas,  por las que he deslomado luchando e incluso he roto algunos de mis principios, me miran ahora sin apenas verme, me siento la madre más desgraciada del mundo. Pero lo peor ha sido que  hoy ha llegado una carta de un hermano del difunto Ashley, nos acusa de no haberle dado a Mary la herencia que le correspondía. Por supuesto he ocultado la carta, este hermano vive muy lejos, no creo que haga un viaje desde aquel lejano país para acusarnos. No lo creo…  


© Pedro Alcoba González 2022