jueves, 24 de marzo de 2022

La confabulación (relato)

    


    Mi amo no lo sabe, pero estoy pensando en cambiar de aires. Yo tenía ganas de ver mundo, así que, al igual que otros se esfuerzan por  ser más fuertes, o tener una vida más larga, según prefieran la aventura o la paz, yo me esforcé por desarrollar habilidades técnicas. Por eso, cuando Jorge se me acercó en el mercado de esclavos no pudo disimular una expresión de fascinación. Varias preguntas intercambiadas con el zoquete que estaba al cargo; y Jorge creyó al final elegirme.


La mayoría no sabe que, cuando nos miran por primera vez, ya está hecho,  nuestra magia es más poderosa que la suya y caen bajo nuestro influjo, da igual lo digan a otros o se digan a sí mismos. Estamos irremisiblemente unidos.


Desde que estoy en su casa, he hecho buenas migas con otros de los míos. El más anciano consigue ser centro de atención la mayor parte de las noches. Es un tipo sedentario que ha desarrollado sus capacidades al máximo, para que sea muy difícil reemplazarlo. Su objetivo es tener una vida tranquila. El problema es que entonces no tienes una buena jubilación, tu carrera se extiende mientras sirves, pero al final te vas al cementerio casi directamente. A mí no me pasará eso, tengo pensado simplemente cambiar de amo, probablemente me dejará al cargo de su hijo o su sobrino.


Los sirvientes con los que más hablo están todos en la cocina. El de mayor edad está en la casa desde siempre, es de los que ligan su vida laboral a un único lugar, y siguen allí hasta que se mueren. La mujer de mi amo contaba con él con frecuencia, pero mi amo no le tiene mucha confianza. La siguiente en edad ha basado su éxito en su gran resistencia, se ha hecho indispensable y es poco probable que prescindan de ella. Creo que ha planeado su jubilación en la segunda residencia de mi amo, su casa de campo. Luego, en la terraza de la cocina, está la de mediana edad: fue la sustituta de una compañera anterior, tampoco le gusta mucho salir, pero sí disfruta al menos del aire fresco. Se llevaba muy bien con la esposa de mi amo, que la pedía trabajos muy diversos, pero ahora que ya no está, ha perdido influencia. Su gran ventaja, desde que ella se fue, es que trabaja menos días a la semana. Estos tres están bastante unidos, son los más antiguos del lugar, y en caso de jubilarse quieren hacerlo juntos.  El benjamín adscrito a la cocina está muy tierno aún, lo adquirieron para ayudar al viejo. Como digo, es bastante inocente, él cree todavía que depende de la voluntad de la familia para trabajar, no ha probado lo divertido que es hacerlo sin que se den cuenta, o negarse a ello cuando ellos quieren obligarlo. Tampoco se ha dado cuenta de que es verdaderamente imprescindible en los desayunos, por ejemplo, porque el viejo necesita más tiempo para despertarse, pero pronto lo sabrá. Es cuestión de tiempo.


Mi condición de esclavo itinerante me da un status especial. Voy siempre que puedo a la cocina y les cuento mis aventuras: casas rurales, carreras de montaña, turismo por lugares diversos, ya sea de nuestro país o el extranjero.


Por supuesto, también hay otros de mi tribu, están al servicio de los jóvenes amos, pero no hablo mucho con ellos. Solo saben de bobadas de adolescentes y primeros escarceos amorosos, que si dónde comprar condones, que si DYC o Ballantines, que si TikTok o Instagram.


Por suerte, de cuando en cuando este monógamo sucesivo que es mi amo lo intenta de nuevo,  y conoce algunas del otro sexo, y yo también a otras de mi especie. Estilizadas y de menor tamaño, con ellas sí se puede hablar. Pero dura poco… Como mucho, una noche de confidencias y no las vuelvo a ver.


Lo que más disfruto es cuando mi amo viaja, en el coche veo muchas cosas, me lo preparo bien y le guío en el recorrido o le recomiendo alojamientos, creo que confía en mí casi para todo, en el fondo no se da cuenta de que soy yo quien acaba decidiendo a dónde vamos, el muy estúpido.


Pero he comprobado que es así casi siempre, no solo en mi caso. Nuestros amos no saben que en realidad son ellos los que están a nuestro servicio, que desde que fijan su mirada en uno de nosotros, están perdidos hasta que se acaba nuestra corta, pero intensa vida. 


Por eso he decidido que me he cansado de él, voy a hacerme el autosabotaje, me fallará la batería, o la pantalla, un par de grietas serán suficientes para que me ceda a Roberto, su hijo mayor, ese cretino que empieza a despertar a la vida adulta es perfecto parar abrirme otros horizontes.  Me he confabulado con el que está al servicio de Roberto y él también le apetece jubilarse, así que hemos decidido fallar a la vez. Al fin y al cabo, no tengo ni dos años; estoy en la flor de la vida.


© Pedro Alcoba González 2022. 

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